Deambulando

La rocosa sierra de A Peneda: donde reina el granito

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photo_camera Robles como este, emergiendo de las rocas hay unos cuantos en A Peneda.
Me voy de sierras, eso que está al alcance de todos, pero que pocos por ellas transitan por estos nuestros pagos

Me voy de sierras, eso que está al alcance de todos, pero que pocos por ellas transitan por estos nuestros pagos. Con ese atractivo que desprenden no logran cautivar, tal vez por alejadas de los habituales circuitos. Si eres un egoísta, eso de que te metas por esas cordilleras y no encuentres a bicho viviente de humana forma reconforta en cierto modo.

Así que de tránsito por ese roquedal de esa lusa sierra de A Peneda, en el límite fronterizo, que encuentro diferente y de la que nunca me sacio por sus mil formas, donde todo lo imaginable se plasma en la roca, y que además, en más de la mitad de la jornada te pasarás pisando el roquedo. No sé realmente qué sector de este montañoso sistema ofrece más, pero si me diesen a escoger me quedaría con el roquedo entre a Peneda y Castro Laboreiro, esos ríos que limitan en lo profundo esta zona, ellos fluyendo a 500 metros y la montaña por los 1.000.

Pisar la sierra ya es un placer para los sentidos que nos embarga de tal modo que uno no desearía marcharse de allí, y quisiera ser como aquellos pastores que en la estival temporada moraban en las pétreas cabañas por unos días que se repartían en las llamadas veceiras o veces que correspondían a cada vecino del rebaño común. Ya no quedan pastores de ese estilo por las altas cumbres; vagan escasas vacas mostrencas, más para carne que para leche, pastando en los herbazales entre el peñascal; si acaso algún aficionado a sus caballos como un vecino de Ribeiro de Baixo, que se pierde a menudo por la sierra para en cierto modo controlar a su escasa manada, el cual después de tantos años en la emigración en Francia decidió hacerse una espléndida casa y por contraste del urbano espacio donde tantos años consumió, ahora se pierde con sus canes en el roquedal vecino. Como algunos otros en esa aldea, hizo casa nueva, pero él de más habitación permanente que estival.

Esa aldea que miserable fue por remota, abandonada e incomunicada y que como Fuentevejuna defendió a los huidos de los matones sublevados del 36, con tal ahínco que ningún falangistoide se atrevió a pasar la acá húmeda frontera para atrapar a sus víctimas a las que aguardaban desde la opuesta orilla, fusil en ristre, por si se asomaban entre los que asilo les daban; ni esa tropilla de matones ni los mismos guardias portugueses que entregaban a los fuxidos hollaban ese santuario porque advertidos que de hacerlo de que serían recibidos a tiros. Así que gratitud a esa aldea dividida en varios sectores, colgada en esta sierra de A Peneda, que añade un plus a una excursión. Nos sé si estará pendiente Ribeiro de Baixo de recibir un homenaje por su resistencia a la barbarie, más que solidarizándose, comprometiéndose, con peligro de vidas y haciendas, con los perseguidos. Probablemente no haya homenajes porque los testigos de aquello ya no están… Pero la memoria del pueblo si subsiste

Yo vagaría por sus alturas de sorprendentes formas donde la huella del jabalí, permanente; la del lobo ibérico, más que esporádica, pues hallaría como trazas de su paso en deyecciones y arañazos marcando territorio en los escasos pinos; las de las rapaces, visibles en cálidos días; las de corzos, y las de cabras hispánico-lusitánicas, por sus cagarrutas, y unas perdices que más que salir volando, a tu paso caminarán deprisa. Saber que el lobo te ve y tu a él no aumenta un plus de interés cuando das zancadas entre el roquedo donde cada otero, y hay unos cuantos, es un muestrario geológico.

Estos roquedales deben hacerse a campo traviesa donde un riachuelo o la naciente de alguno hace que la vegetación sea tupida y presente dificultades por donde pasar, o un invernal o curral, por abandonado esté impasable al menos que te armes de paciencia; donde, también, fácil es encontrar fuentes que manan de la misma roca o robles de talle y porte que han quebrado la roca para emerger vigorosos, no pocos supervivientes de tantos incendios. Un muestrario que solo se percibirá si vas animus observandi. Es el clásico monte que precisa en cada paso una detención para percibir allí una diaclasa, acá una falla, ver los ollos de sapo incrustados en el granito o esas inmisiones de otros materiales que han penetrado debido a la presión a través de las grietas de las rocas, y éstas de mil formas redondeadas de rocas metamórficas. Es el reino del granito con escasas concesiones al verde, así que apropiado lo de "serra da Peneda".

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