Deambulando

Una dominical en ruta

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photo_camera Estado actual de la iglesia abacial de San Paio, en la oriental parte del monástico edificio.
San Paio de Avelaneda no fue ese gran monasterio que el vulgo le atribuye si no una pequeña abadía seglar, con padrinos laicos, que por breve tiempo en la regla benedictina, y en los de máximo esplendor, con cinco clérigos

Ruando una dominical voy como observando lo apagadas que están las urbes; las pulpeiras hacen su agosto, por este noviembre, en los estratégicos lugares que ocupan con colas de clientes que perezosos de cocina, al llegar a casa cuecen unas patatas. El pulpo anda caro y se ve que la gente puede acceder a él, y los que por aquella bocacalle pulpera por entre bares hallo a Floreano Velo y a Aser Sueiro, sin el acompañamiento de Manolín Dacosta que sospecho debe andar por Ponferrada donde su mujer en la pública sanidad ejercía. Me dice el dúo que ahora por los barrios se han puesto las pilas y que al saborear aguas, vinos o espumantes te sirven tapas, cuando parecía que solo moda imperante por el centro.

Me deslizo por la llamada avenida, o rúa más bien, de Portugal viniéndome a la memoria cuando de tierra el firme y yo corría en un cross urbano y se aprovechaba esta calle para un circuito  para ciclistas en las fiesta del Corpus, como Delio Rodríguez, Julián Barrendero o Berrendero, que debió cambiar la a por la e, por aquello de que no se le ligase con un oficio entonces poco estimado. Delio, neumático cruzado en ristre, por si sobrevenía algún pinchazo, que más de uno dejaba tirados, mantenía apretadísimo duelo con el arriba mentado, pero nosotros gritábamos ¡Delio, Delio, Delio! E inmerso en estos recuerdos me encuentro de primeras con Miguel, conserje del Instituto da Ponte, un licenciado en historia que debió opositar a este oficio de subalterno en docente centro, que me recuerda cuando trotábamos en alguna caminata por tierras de Alais, de donde se recuerda al profesor Luis Alonso, cuando en compañía del profesorado del Instituto con Auriestela, Luís Aldomar, Ana Garrido, Alfonso Porto, Sabela Cardoso Nieves Vázquez, Fina, Carmucha Pérez Avila… y también como abordó Miguel a Alvaro Cunqueiro, su admirado escritor, fabulador de tantas cosas, experto en gastronomía, de bañista por la playa de Cesantes, al lado de Redondela, para hablar precisamente de muchas cosas que le interesaban de aquel erudito mindoñense, tan, insospechadamente para él, accesible. Hallo que Miguel cuasi que hipotecado por el cuidado de sus mayores, pero sin descuidar esa faceta del saber. 

La calle da para mucho cuando en esa rotonda de la antes llamada plaza del Alférez Provisional, invento franquista para dar oficialidad en tropa a universitarios vestidos de militares, me encuentro repantigado en una terraza mirando al sol de mediodía, que no había, con Jaime Méndez, cigarro en mano, que casi semi oculto, porque tal vez piense que yo fustigador de fumadores. Calle arriba, por Juan XXIII, nombre de una calle llamada en su día Diagonal que no se explica uno como rebautizada inmediatamente después por aquel régimen y sus acólitos que denostaban al dicho Papa y a su continuador Paulo VI, siempre críticos con el franquismo.

La ciudad, húmeda, está como tristona, cosa que no perciben las aves que no ven en colores, salvo alguna rapaz: las palomas que pululan por doquiera andan afaenadas con un mendrugo de pan al que maltratan para desmenuzar, cuando un gorrión raudo, arrebató el trozo y se iría a su comedero dejando a las tres en disputa sin el manjar. 

Los aviones roqueros, esos pájaros a caballo entre la golondrina y el vencejo acuden sin regularidad para acodarse a los alfeizares, antes de una casa, ahora de unas cuantas en estos posaderos que les sirven para espulgamiento general; y en tal faena y cortos vuelos, inesperadamente y sin que obedezcan a ningún patrón, parten casi a la vez ,y hasta el día siguiente, lo que tampoco es seguro. 

De mis andanzas por tierras da Abeleda, un involuntario olvido me dejó en el teclado que por Celeirón también tenía heredades el juez Quino González. Amaro, jugador de baloncesto en su juventud, con cierto mecenazgo entre artistas; él se iba por allá en eremítico retiro, en tiempos de recolección o no, como para retirarse de cualquier bullicio, porque quizás el de San Miguel do Campo le parecía poco aislante. Y también que por San Paio recordar que Teresa Táboas que había sido conselleira de Vivienda de la Xunta, anda con su familia empeñada en la restauración y puesta en valor cultural del monasterio, con obras que casi en vísperas. Labor ésta la  de exponerse  al albur de una posible rentabilidad por lo que más riesgo se ve, pero me parece que un cierto mecenazgo  el embarcarse en la rehabilitación de estos pétreos cenobios, que solamente podrían salvarse con iniciativas como ésta. Bienvenidas estas actuaciones, que cristalizadas parecen.

San Paio de Avelaneda (Sancti Pelagii de Avellaneda, como en su  supuesto documento fundacional se dice) no fue ese gran monasterio que el vulgo le atribuye si no una pequeña abadía seglar o cenobio, con padrinos laicos, que por breve tiempo en la regla benedictina, y en los de máximo esplendor, con cinco clérigos. Es una posible o supuesta donación real de Alfonso VII a dos caballeros. En sus últimos tiempos tuvo por capellanes  a canónigos  de Ourense con categoría abacial e importante coto. (Extraído este párrafo del libro Monasterios de Galicia na Idade Media, del profesor de Medieval de la Universidade de Vigo y hoy en el CSIC, Francisco Javier Pérez Rodríguez.)

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