Vías entre castaños en parajes

Por estos días cuasi primaverales, ya con las bajas presiones asomando por occidente como si de un muro negro se tratase, anduvimos a más pausas que marciales marchas un quinteto de tan dispar que cierto que pocos tales pudieren hallarse. Así partidos, pusimos rumbo a oriente para retomar uno de esos tramos de la Vía Nova, que era romana como la gran autopista que en diagonal atravesaba la provincia entrando por Portela do Homem y perdiéndose allá por la Portela de Aguiar en la sierra da Lastra. Desembarcamos de dos vehículos cabe a la puente romana, hoy de medieval arco con ligero apuntamiento, sustituyendo al anterior por algún derrumbe causado por las avenidas del Navea, ese río que se dice toma este nombre por la diosa Navia relacionada con las aguas (véanse los ríos Navea y el Navia galaico-astur). El puente debió cobrar su peaje cuando las órdenes militares de San Juan de Jerusalem o la de Malta, cuya cruz en el frontal de una capilla aun existente. Impone a los imbuidos de ciertos conocimientos cuando transitas por lugares de tanta historia, si cierto lo que insinúa la leyenda en panel desplegada que grandes hombres pasaron por su pavimento, sin nombrarlos. Si, acaso, grandes e ínfimos transitaban por estas vías donde ahora el Navea encorsetado aguas arriba en la presa de Guístolas, envía gran parte de su caudal a través de un canal (A Canle da Ponte Nova, que discurre por zona de protección natural) que millas abajo se desploma más aprisionada el agua por una tubería hasta ser turbinada en Borén en la confluencia de los ríos Bibeia y Navea, que otra más abajo, la central de turbinas de Montefurado. Aún recuerdo un jabalí de gran tamaño como obstruyendo el caudal cuando al lado de la gran tubería, escaleras abajo, accedimos al pueblo de Navea, que ya afamado como productor de aceite en sus almuzaras y cuando un térreo y a veces umbroso camino te llevaba hasta San Xoán do Río. Allí aún recuerda uno ver trajinar en su huerta a Raúl, un empleado de Cuevas que se forjó para ser almacenista de frutas al mayor y menor juntamente con su consorte Olivia, con gran éxito comercial, ambos idos aún en plena expansión de sus negocios y cuando la edad no presuponía el tránsito. Pusimos rumbo, pasado el puente no sin cierta solemnidad como corresponde en cada monumento, emprendiéndola por pavimentado y amplio vial entre castaños, carballos, sin que prospere el pino y sí algunos relictos de abedul en la cima. Carteles indicadores, desvaídos, nos señalaban que por la Via Nova íbamos, camino de Pena Folenche, de la que hoy es luminosa aldea, de un ayer más esplendoroso cuando los condes de Lemos aquí tenían palacio, pazo o casona, para pasar unos días, acaso, o como simple muestra de poder, y cuando la capilla de Sta. Brígida recordaba lo religioso, y cuando los condes también poseyeron castillo cuya torre a modo de las del homenaje podría ser el penedo de Pena Folenche, rodeado por un aldeamiento de casas que más parecieren del sur del país por encaladas. Ver el penedo, los escasos cimientos en los que profundizar para erigir casas, que muchas asentadas sobre la roca, no deja de producir cierto choque, y total, en el flanco norte con esos adefesios de bloques, de algo que fue casa, hoy destejada, y otra de ladrillos como adosada al gran peñasco. Invitaba la peña a una total visión del entorno: por occidente las sierras de San Mamede y O Burgo; por el sur, la de Queixa con Cabeza de Manzaneda; por oriente, las Trevincas y los Aquilianos, y por el norte, las del Courel y Ancares; por cierto, solo con ligerísimo manto níveo las Trevincas. Fue encaramarse en el peñasco para otear este horizonte. La subida trepando por más acimentados escalones que tallados en una roca, rematada con barandales de consistencia cierta; todo invitaba, además de la grata temperatura, a un ligero refrigerio, lo que devino en más de hora de estancia a la espera de una alcaldesa implicada en promocionar el lugar, la cual aunque interesada, citada no acudiría, acaso sometida a un pleno municipal que no imaginamos tranquilo más allá de lo por ella calculado, lo que explicar podría tal deserción. Cuando la hora cuarta después del mediodía y segunda solar dada, y más de dos de estancia, a falta de noticias, salvo una intermediada llamada por delegación, estimamos que deberíamos ponernos en marcha rumbo al oriente, con detención en el extrarradio del pueblo, reclamando nuestra atención un belén sobre penedo enmusgado al que no faltaban todos los personajes del Natal, mientras pista abajo asíamos una manzana aquí y otra acullá como ofrecida de unos frutales en los que nacen, crecen y caen sin que sean de provecho, acaso sí para aves o para alguna libante abeja entre el romero, como salida de colmena, confundida por esta cálida invernía. Dos águilas ratoneras, que por acá decimos buxatos, miñatos, ratoeiros se cernían en círculos, se pensaría que aprovechando alguna ascendencia, pero el batir de sus alas denotaba que apoyándose en inexistentes corrientes térmicas gastaban un exceso de energía para tener que buscarse la vida con algún escaso múrido o lacértido abatiéndose en picado desde las alturas, o conservarla comiendo carábidos en el suelo. Dos mozos desmontando un muro para hacer otro, o casa, como algunas se debieron con los restos de un castillo del que el gran político del bienio progresista y de la Desamortización, el investigador y escritor Pascual Madoz da cuenta en los grandes tomos de su diccionario geográfico-histórico y estadístico de España y sus posesiones ultramarinas. Ya metidos en camino, pista térrea amplísima con predominio del castaño, observamos que de nulo aprovechamiento los entre esta pista y la carretera de Trives, por lo inclinado y selvático de unas zarzas o silvas alfombrándolo todo; de aquí la decadencia de la castaña que ahora enana y de escaso aprovechamiento comercial en estas laderas, cuando esplendorosa llegó a ser como cabe deducir por los sequeiros, esos lugares donde se secaban las castañas aprovechadas por los aldeanos, incluso de las tierras de Chandrexa, que pasaban unos meses entre la recolecta de la castanea sativa y su secado para convertirlas en pilongas, morando en la escasez de todo, incluso hasta meses, en aquellas construcciones que más a cuadras se asemejaban. Unas castañas ahora de aprovechamiento y tratamiento en industrias del ramo alimenticio: Cuevas, Posada…