Su vida se paró por una pelea

Las peleas ligadas al ocio nocturno tienen consecuencia directas y ladeadas: no solo alteran la convivencia ciudadana sino que hay víctimas entre quienes sufren los golpes y también entre quienes golpean. Una agresión grave en una discusión que no evitó quebró la vida de Olalla Serante, en la madrugada del 5 de octubre de 2013 cuando sólo tenía 24 años. El perjudicado, Jaime A.P., de 21 años, quedó tuerto. Ni siquiera pensaba salir porque hacía frío; estaba cansada tras una larga jornada laboral en la cafetería en la que trabajaba como encargada, pero una amiga la convenció para “tomar una” (una copa antes de irse a casa a descansar). Acudió con dos amigas a una conocida discoteca de la zona de As Mercedes. Apenas había gente esa madrugada porque eran las fiestas de San Francisco y se fueron hacia la tarima de la sala para bailar y charlar. Allí se subieron también unos chicos que comenzaron a meterse con ellas (“nos llamaron, gordas, putas y frescas”, aseguraron en el juicio). “Uno echó la mano para bailar y se pusieron pesados porque iban pasados de alcohol”, recuerda Olalla, quien finalmente reaccionó mal contra uno de ellos. Le rompió en la cabeza el vaso de tubo que llevaba en la mano y los cristales esparcidos lesionaron el ojo derecho de Jaime. Sufrió, según la sentencia de la Audiencia provincial de Ourense que condenó a seis años de cárcel a Serantes por lesiones agravadas, “una perforación del ojo, laceración del párpado superior y pérdida de contenido ocular, cuya secuela fundamental fue la pérdida de visión del 90 por ciento”. La vida de la veinteañera dio un giro vertiginoso como consecuencia de ese episodio violento ligado al ocio nocturno. “Teníamos que habernos ido de allí porque de una discusión no sale nada bueno; mi vida se paró por aquel incidente porque no pensé en el daño que podía hacer”, asegura. La joven, con una hija de siete años a su cargo, de repente tuvo que ingresar en la cárcel de Pereiro e interrumpir toda su vida. Hoy, años después y tras saldar sus cuentas con la Justicia, aunque los 97.000 euros con concepto de indemnizaciones los pagará “a lo largo de todo en su vida”, sabe mejor que nadie que de una agresión no sale nada bueno. “Cuando leo en el periódico que hay chicos que quedan para pegarse no me lo puedo creer; es algo muy prehistórico y peligroso”, señala. Tiene claro, y así se lo transmite a su hija, “que hay que evitar todo tipo de situaciones conflictivas y que lo inteligente es apartarse de los problemas porque no hay nada que demostrar”. En una reyerta, asegura, “tarde o temprano te va a pasar algo”. Ya no frecuenta los locales de la noche porque prefiere otras opciones, según asegura, pero tiene claro que el ocio nocturno en el contexto actual “de bastante mal rollo” debe pacificarse. “Salir a divertirse es reír y estar con tus amistades de una forma tranquila, destaca. Y añade: “Lo otro no merece nunca la pena porque si te metes en una pelea te estás sentenciando”. “PERDÍ MI VIDA EN LA CÁRCEL” La etapa de Olalla en prisión, aunque no tuvo problemas de adaptación y aprovechó el tiempo, no fue fácil porque estar privada de libertad siempre, máxime para una persona que ingresa por primera vez, es complicado. “Tienes que ser muy fuerte mentalmente: te levantas a las ocho de la mañana y a las ocho de la tarde tienes que volver a la celda y así de lunes a domingo”, rememora. Una especie de confinamiento sin fecha de caducidad y en el peor escenario posible. “Perdí mi vida en prisión, pero crecí como persona”, añade. Intentó llevarlo lo mejor posible con trabajo y estudio: “Estuve trabajando en la cocina, saqué la ESO, conocí gente (…), pero, sobre todo, aprendí a valorar las cosas más insignificantes”. Su buen comportamiento y colaboración para la reinserción tuvo su recompensa con el tercer grado. “Encerrada en la cárcel estuve año y medio; después, tres meses en los que salía a trabajar y regresaba a dormir, y los últimos años, antes de la libertad condicional, con una pulsera de control para que regreses a tu domicilio tras el trabajo”, explica. A sus 32 años de hoy en día, esta mujer sabe que no tiene justificación para lo que hizo aquella madrugada de viernes: “No hay un motivo, no hay una justificación … Fue una putada”. Olalla Serantes apela al civismo ante la oleada creciente de reyertas en la ciudad, con episodios cada vez más violentos entre los implicados. “Los padres tenemos un papel muy importante a la hora de educar y transmitir conocimientos y valores a nuestros hijos”, concluye.