Tribuna

Cáncer y obesidad

Hace apenas unos días, La Región y otros medios de comunicación locales se hacían eco del éxito de una joven investigadora ourensana, Andrea González Izquierdo, galardonada como la mejor carrera investigadora joven por la Asociación Europea para el Estudio de la Obesidad (EASO). Confieso sentir un orgullo especial: por conocer a sus padres, porque Andrea es de Ourense y porque también se formó académicamente en los Salesianos, colegio del que guardo muchos buenos recuerdos, tantos como los de mi etapa de doctorado en Santiago, hace ya unas cuantas décadas. La tesis doctoral de Andrea se centra en los mecanismos que relacionan la obesidad y el cáncer de hígado, del que se diagnostican anualmente en España 6.500 nuevos casos y 850.000 a nivel mundial. 

Su labor investigadora se ha desarrollado en el Grupo de Epigenómica, Endocrinología y Nutrición, dentro del Instituto de Investigación Sanitaria de Santiago (IDIS) del Complexo Hospitalario Universitario de Santiago (CHUS). No es la primera vez que nos referimos a la epigenética, especialidad que estudia las marcas químicas que se añaden a nuestro material genético y que permiten su expresión normal. Estos fenómenos son los responsables, por ejemplo, que dos gemelos monocigóticos, idénticos porque poseen el mismo ADN, puedan acabar padeciendo enfermedades diferentes a lo largo de su vida. La epigenética  nos descubre también la relación entre la obesidad, cada vez más prevalente en nuestro entorno, y el cáncer hepático. Según la investigadora ourensana, en la grasa visceral está el origen de una serie de señales metabólicas capaces de provocar inflamación y estrés oxidativo. Al alcanzar su tejido diana, en este caso el hígado, se genera un ambiente favorable para el desarrollo de tumores cancerígenos. Datos muy recientes presentados en Madrid durante el VII Congreso Internacional de la Sociedad Española de Salud de Precisión (SESAP),  han relacionado el estilo de vida y la inflamación crónica con el comienzo y la progresión de diferentes cánceres, insistiendo en la importancia de la dieta y el ejercicio físico como prevención. Los expertos han recomendado que la prescripción de ejercicio físico debe integrarse, en la medida de lo posible, dentro de los tratamientos oncológicos. 

Para el nutricionista Pedro Carrera Bastos, el déficit de determinados nutrientes como por ejemplo los folatos y las vitaminas del grupo B, interviene en las fases iniciales del cáncer. Estas carencias son las responsables de fracturas en nuestros cromosomas, así como de la hipometilación del ADN y en el incremento de la sensibilidad a las sustancias causantes de mutaciones. También el déficit de las vitaminas C y D, y de los elementos zinc, selenio y magnesio, incrementan el daño oxidativo del ADN. De la misma manera la aflatoxina, presente en alimentos de consumo habitual, como el arroz, el maíz, los pimientos, el trigo, los cacahuetes y las semillas de girasol, tiene un impacto oxidativo negativo, dependiendo sobre todo de sus condiciones de almacenamiento. También con los hidrocarburos presentes en los alimentos procesados y las carnes a la brasa. Y entre las causas de inflamación crónica están la obesidad, la falta de sueño y el sedentario. Hagamos caso entonces a Andrea y a los demás investigadores.

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