DEMABULANDO

El frescor de unas desiertas alturas

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Por las alturas de nuestras sierras refresca la brisa y cuando aquí en el valle andamos rozándo la cuarentena de grados, por allá arriba coquetean las brisas con los veinte  o veinticuatro; solo que la solaina es de tal intensidad que cualquiera puede retornar de los altos, si fue blanco, más moreno que en varias sesiones de playa. Sabido lo destructivo del Sol en grandes dosis; por eso las cremas, los sombreros de ala se ven cada vez más por esas altitudes o no se ven porque en varias salidas desde que el estío en vigor no vimos sino semovientes: vacas, caballos, algún zorro, huellas de lobo y el sobrevolar de buitres que parece que por sus constantes patrullas por los cielos a la búsqueda de presas muertas o placentas de vacas recién paridas o caballos. Lo cierto es que las manadas ya no son una excepción y han aumentado a la par que las pastantes que nos han obligado a que no podamos libar de algún manantial, que por otra parte cada vez más escasos en el medio. Casi todos los lagunallos glaciares de esas sierras que convergen en la Trevinca: Segundera, Calva, Mina, Eixe, Cabrera, se han secado. Solo las aguas de las más grandes persisten: Peces, El Hacillo, Patos, Riopedro, Serpe, Ocelo, Laceira, Carrizais, lagos de La Baña; Truchillas, en el extremo de la Cabrera.

Los de las montañas, aldeas en el borde de estas sierras, se quejan de la escasez del agua; en Barjacoba le oímos a unos cuantos que de sus cuatro o cinco fuentes cabe a sus prados, ya no mana ninguna; y en Porto, que de Sanabria, ya se notaba el Bibei exangüe, porque en sus fuentes de parte de los lagunallos de Piatorta, por cierto aun con agua, o de otras fuentes del Bibei que se desprenden del Moncalvo, apenas manaba un hilillo.

Rozando los 1.800 metros

Andábamos por la sierra Calva entre el valle del Xares y el del Bibei, que casi roza los 1.800 metros  Era la segunda descubierta a sol tan pleno que ni una nube en el horizonte pero si manadas de más de cien vacas que para carne y no para leche pasan el verano sin esos molestos insectos que en el valle incordian. Una sierra roma en la que una vez te sitúas en la cima hay como toboganes por donde el discurrir ameno entre herbazales con predominio del brezo donde el oloroso tomillo no escasea, o la genciana lutea cuando la otra mayor ha perdido la floración de su vistoso tallo. Es raro que no veas los despojos de alguna oveja o de otro rumiante que han perecido víctimas de algún predador, y más, acaso, de alguna enfermedad, que no sea devorado por los carnívoros, rematado por los buitres e incluso los huesos los roerán algunos cánidos. Las heces del lobo, algunas muy calcificadas, muestran la clase de comida, y se vio que más de corzo y escasamente de jabalí cuando los alados necrófagos han dejado  plumas en alguna refriega en el banquete comunal.

Por esta sierra Calva, nos advierte algún vecino de Porto, se han perdido algunos montañeros, lo que notamos porque los parajes no muy diferenciados; así que si no tomas referencias o vas conducido por medios electrónicos: gps o brújulas, puedes dar vueltas y ya no digamos si te enredas en sus faldas de espesos carballos por donde penetrar se antoja mas dificultad que en la tropical selva virgen; aquí no valdría un machete para cortar las durísimas retamas o los crecidos brezos…y eso que están ausentes los tojos y escasas las zarzas.

Por esta Calva choca sobremanera esa oxidada valla, que para contención de corzos de un gran coto de caza que funcionó, al parecer, en su día, los del municipio de a Veiga levantaron; parece la gran alambrada de un campo de concentración, la valla Mexico-Usa,  o todas las del extinto Telón de Acero. 

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