Nuestro querido “carballo”

Un hermoso roble solitario sobre una campiña.
photo_camera Un hermoso roble solitario sobre una campiña.

El roble común o “carballo”, conocido científicamente como Quercus robur, es un árbol de porte majestuoso, robusto y longevo, perteneciente a la familia de las Fagáceas. En Galicia hay muchas otras especies de robles: ilex, lusitánica, petraea, pyrenaica, rubra, suber… De todos, el robur, también muy común en mi tierra natal de la Umbría, puede ser considerado el árbol gallego por excelencia.

De su tronco, de corteza grisácea o pardusca y muy resquebrajada, parten grandes raíces. Las hojas, caducas, presentan lóbulos desiguales y redondeados, de color verde intenso en la parte superior y más pálidas en la inferior. Sus flores masculinas son colgantes y verde amarillentas; las femeninas pardo-rojizas. Algún tanino presente en su corteza le confiere propiedades astringentes y antiinflamatorias, empleándose sobre todo para uso externo en el tratamiento de eccemas, sabañones, sudor en los pies y hemorroides. Su madera, de excelente calidad, es resistente a la putrefacción y muy apreciada para hacer barcos, parquet, puertas, traviesas para la vía del tren, muebles y toneles y barricas de vino y de licores. El famoso “albariño”, traído por los monjes cistercienses franceses al valle del Salnés, en las Rías Baixas, concretamente al Monasterio de la Armenteira, a mediados del siglo XII, es excelente madurado en estas barricas. Sus frutos ovalados, llamados “bellotas” o en gallego “landras”, maduran en septiembre y son particularmente apreciados en la cría de cerdos, ya que mejoran la calidad de su carne.

El “carballo” es un bellísimo árbol mitológico y sagrado, tanto en Galicia como en todos los países enraizados en la cultura celta, en torno al cual hay múltiples leyendas. A la sombra de su frondoso follaje tenían lugar las asambleas en los tiempos antiguos. Tiene, además, un gran valor simbólico-religioso: su longevidad nos habla de la inmortalidad del alma. Algunos ejemplares superan los 1.000 años.

Asimismo, en la tradición cristiana, están muy ligados a las vidas de los santos. En el pazo de Vilardefrancos, en Artes, Carballo, A Coruña, hay un roble centenario llamado o Carballo de San Antonio que, según la tradición, brotó en una ermita en la que mi hermano Antonio de Padua se detuvo cuando, también él, iba camino de Santiago. A este roble, llamado casamenteiro, acudían las jóvenes en busca de esposo e hijos. Se decía que el roble sangraría si alguien intentara cortarlo. Lo mismo se contaba del Carballo de Santa Mariña de Aguas Santas al cual, por considerarlo sagrado, se tributaba un culto que quedaría reflejado en el cancionero popular: “Miña Virxen de Augasantas ten un carballo na porta. Virxen de tantos milagres facelle dar unha volta”. También hay santuarios dedicados a Nuestra Señora del Roble.

Entre los ejemplares más longevos de Galicia se encuentra la Carballa da Rocha, en Rairiz de Veiga, datada en hace más de 835 años. Debió de ser plantado cuando yo peregrinaba por estas tierras, allá por 1214. Es curioso que, en gallego, para referirse a un roble viejo y grande se use el femenino “carballa”.

En los “carballos” es frecuente observar unas bolitas marrones llamadas agallas o “bugallas o cocas (carrabouxo)”. Son producidas por el himenóptero Andricus kollari, cuyas hembras depositan los huevos en el interior de los brotes tiernos, creciendo alrededor una agalla esférica que le sirve como nutrición y cobijo, permitiendo el desarrollo de la larva. En el mundo rural las agallas han sido muy utilizadas por los niños como canicas. Restos de ellas se encontraron, probablemente para uso médico, en un mercado de Herculano, ciudad sepultada por la erupción del Vesubio en el año 79.

En fin, los robles han sido testigos de los avatares de tantas generaciones y continuarán siendo componentes importantes de nuestra vida e historia, también desde el punto de vista ecológico y medioambiental. Debemos evitar la deforestación de las “carballeiras” y favorecer la expansión de esta especie seriamente afectada por la frecuente tala sea para uso industrial o como combustible. Su sustitución por otras especies no autóctonas, como los eucaliptos, traerán consecuencias graves para nuestro clima y ecosistema terreno. Plantar y cultivar robles debería de ser actualmente un gesto de cultura y civilización, de solidaridad y futuro.

Te puede interesar
Más en Sociedad