ANÁLISIS

El caso de Martin Albert Verfondern, un auténtico misterio por resolver

El hallazgo del coche, calcinado, y de huesos humanos ha dado un vuelco a la investigación sobre el paradero del holandés

Como senda a seguir, el suceso de la desaparición del holandés Martin Albert Verfondern se muestra intrincado desde cualquier punto de vista que se aborde. Un caso cuya resolución ha viajado más de cuatro años siguiendo aproximadamente la misma progresión: cero; y que, de pronto, ha tomado un vertiginoso giro copernicano, tras suscitarse la aparición de su llamativo vehículo, abandonado y parcialmente destruido primero por el fuego y luego por la inclemente meteorología, y el posterior hallazgo de restos humanos en su entorno más próximo.


Para el lego en la geografía local, resulta paradójico que, tras salir de la localidad de O Barco, siguiendo el vía crucis creado por el artista José Escudero, se pueda llegar hasta el lugar en que se hallan los principales restos encontrado; una senda de tierra que atraviesa el corazón de una inmensa plantación de pinos se convierte en el débil hilo de conexión que ha devuelto el hálito a la investigación.


La serendipia (descubrimiento inesperado) ha obrado un papel destacado en este punto. El contacto visual se produce vía aérea, gracias a la aguileña percepción de efectivos en labores antiincendios, cuya voz de aviso se convierte en constatación a pie de terreno: Chevrolet Blazer modelo M1009, probablemente único en España, y, con seguridad, exclusivo en Petín.


Verfondern desapareció el 19 de enero de 2010, y no será hasta más de cuatro años después que su coche aparece, abandonado entre los pinos a 1.390 metros de altitud, en un sitio de difícil acceso para no conocedores del lugar. Falta aún por ver si las constataciones forenses determinan la identidad de la evidencia ósea allí encontrada, para afirmar, con seguridad, que él mismo ha aparecido.
Ante un caso de tan inesperada complicación, una paradoja se viene a añadir: hay evidencia fotográfica e informática que sitúa el coche en ese sitio al menos desde junio de 2011. El sistema de catastro Sigpac, permite acceder a la fotografía aérea tomada en esa fecha, muestra la Blazer allí aparcada. Exactamente como se encontró tres años después. Siempre estuvo allí, pero pasó desapercibida ante la inmensidad del lugar.


Igualmente intrincada es la senda que con seguridad llevó a Verfondern desde Holanda, junto a su compañera Margo Pool, a establecerse en Santoalla a finales de los años 90. Nacido en Alemania pero nacionalizado holandés, según consta en su ficha de Interpol, se estableció en la idílica localización donde Chano Piñeiro llevó acabo el rodaje 'Sempre Xonxa' apenas diez años antes. Lo hizo, según cuenta Margo, tras probar el agua más pura del mundo. Antes habían visitado otras localizaciones para, sin embargo, quedar subyugados por Santoalla y decidir establecerse allí.
Una compleja convivencia vecinal es el resultado que la inmediatez mediática ha convenido en extraer tras la experiencia vivida en un pueblo en ruinas y de apenas dos fuegos activos. Las hemerotecas así lo atestiguan, y no sin razón, pues también los archivos judiciales dan sobrada cuenta de ello. Diferencias que, según sea el cristal bajo las que se observe, se cimentan en lo económico, o bien en el estilo de vida llevado.


El resultado de los años convierten a Santoalla en un sitio mágico e irrreal: casas derruidas y cabras en libertad que las moran, atisbando a los visitantes con curiosidad desde el rellano de la entrada. Una primera casa abierta, con el desorden del evidente trasiego, pertenece a Margo Pool, que continúa llevando a cabo las actividades propias del Centro Ammehula (una voz polisémica de difícil traducción, que en jerga del holandés viene a querer decir algo como déjalo todo atrás), entidad que fundó junto con Verfondern, y que acoge a voluntarios de todo el planeta, que acuden a conocer modos de vida basados en la agricultura y aprovechamiento del campo sustentables. Margo reconoce que la tensión existe en el pueblo, y la atribuye a un aprovechamiento económico no reconocido en igualdad de condiciones por todos los vecinos.


Una segunda casa, al contrario, cerrada en previsión del aluvión de periodistas. Desde el exterior se puede escuchar el telediario anunciando todo lo relacionado al suceso de la desaparición. Sus moradores, contrario a lo que pueda parecer, se muestran amables con el visitante, recordando incluso momentos del rodaje cinematográfico que otrora les situó en el mapa mediático por primera vez. La convivencia, la señalan como complicada pero motivada a estilos de vida opuestos entre ambos grupos.


La complejidad del caso es tal que ha tenido eco y repercusión a nivel internacional. En otros países y medios de comunicación, donde la actividad del Centro Ammehula posee una valoración cualitativa mayor, la noticia ha sido reseñada con fruición y el caso seguido con especial atención.
Pese a las vueltas que aún ha de dar la investigación hasta su ulterior resolución, la confirmación de los restos óseos hallados en el cortafuegos, como pertenecientes a  Verfondern supondrá un enorme avance, al tiempo que cruel paradoja: no descansó en Santoalla como tal vez pretendía, rodeado de sus propios animales en libertad, sino que encontró reposo entre la propia naturaleza y su fauna en estado salvaje. Como en la película de Piñeiro, la tragedia se ceba sobre la cotidianeidad, haciendo palpables la intrincada y compleja voluntad humana.

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