Una restauración de colores en Valdeorras

Las ventanas de la iglesia de Fervenza se sustituyeron por vidrieras elaboradas por Mari la Canaria.
photo_camera Las ventanas de la iglesia de Fervenza se sustituyeron por vidrieras elaboradas por Mari la Canaria.
La iglesia de la aldea de Fervenza luce la reparación de sus ventanas, reconvertidas en vidrieras con múltiples escenas religiosas, que la canaria Mari Rodríguez Almenara ha restaurado con sus propias manos y la ayuda de su marido Jerónimo “Mito”

Mari la Canaria, como la conocen en el pueblo, es una mujer polifacética que, como ella dice, nunca puede estarse quieta. Me recibe cercana, “como si te conociera de toda la vida” ya en el primer instante, y enseguida habla de su Galicia y “su gallego”, Jerónimo “Mito”, su marido, al que conoció en la Alemania emigrante, donde se trasladó con su familia desde Tenerife. Ambos son los protagonistas de una historia de amor con el pueblo natal del gallego, Fervenza, al que han vuelto, y con los años, cada vez más, y al que dice Mari que sueña con trasladarse a vivir. 

“Aquí si hay que arreglar algo, lo hacemos nosotros”, cuenta con orgullo, algo que puede apreciarse nada más bajarnos del coche. Las huellas de una artista autodidacta como es ella, se dejan ver en los letreros en pizarra de cada calle, pintados a mano, en las jardineras y maceteros que anuncian flores en febrero, colgados de cada puerta, o en los proyectos que señala tienen pronta puesta en marcha. 

Haciendo honor a su topónimo, Fervenza es una aldea de O Barco conocida por la hermosa cascada da Pincheira de Portomao. En el centro del pueblo, enfrente de la casa de Raquel, otra canaria que también reside temporadas en el pueblo, se encuentra una pequeña iglesia dedicada a la Virgen de los Dolores. En el tejado, Mito arregla una gotera. 

Las llaves están puestas. Dentro, las pequeñas ventanas del templo, otrora hechas pedazos, dejan pasar la luz que se vuelve de colores, atravesando escenas bíblicas convertidas en curiosas vidrieras, todas diferentes, hechas a mano por la canaria. “Yo nunca había hecho vidrieras, solo óleo y acrílico, en unas clases que se suspendieron tras el covid”, cuenta riendo, “pero mi hija me animó a hacerlo, y me tiré todo el verano, ¡no sabes lo que se aprende en YouTube!”. 

Mari y Mito forman un equipo único. Él acomete obra donde haga falta; ella, así restaura como pinta o dibuja lo necesario. Y poco a poco, una iglesia vencida por el moho y la carcoma, ha ido tomando forma, siempre con el beneplácito del párroco y vecinos del pueblo, que dicen estar encantados con los cambios. “Para mí es importante que estemos de acuerdo y contentos con lo que se hace para todos”. Un sagrario de madera de más de cien años, un armario que guarda velas y material religioso, un atril también de madera, “para que la biblia pueda leerse en condiciones”, son algunas de las maravillas que han recuperado sus manos, en un trabajo arduo y desinteresado que solo se entiende cuando afirma: “Yo soy feliz aquí”. 

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