Cartas al director

Recuerdos con Pepita Vila

(Este artículo fue publicado en La Región el día 18 de junio de 2011)
No es sencillo hablar de alguien tan especial como Pepita Vila, maestra de maestras, natural de Xunqueira de Espadañedo, y que en la actualidad disfruta de sus años de jubilación. Y es que los que la conocemos y hemos trabajado con ella -creo hablar en nombre de la mayoría- no podemos olvidarla, por sus inmensas cualidades humanas. Quizás muchos de los ourensanos la conozcan por ser durante casi toda una vida esposa de José Luis Outeiriño, pero hoy me centraré en su faceta profesional, ya que tuvimos la oportunidad de ser compañeros durante algún tiempo.


Durante los 15 años que organicé las Xornadas do Ensino en Ourense, con la desaparecida ASPGP (Asociación Sócio Pedagógico Galaico Portuguesa), conocí a muchos profesores que querían formarse y conocer nuevas técnicas de enseñanza aplicables a su escuela. Entre ellos estaban Margarita Mouriño, Paquita Castro, Ofelia y Pepita Vila. Por aquellos años todavía daba cursos de pedagogía musical y, sin ningún rubor, algunas de las citadas y otras asistían con interés a estas clases de música, además de participar en los más de 20 cursos que se ofertaban por aquel entonces. Pepita era alguien especial, como dije. Siempre tenía una frase de cariño y de ánimo, cuando una audición se hacía algo más larga de lo soportable, o al darse cuenta de nuestra falta de experiencia. Nunca olvidaré una frase que me dijo al finalizar una de las sesiones de música barroca: '¡Qué clase tan bonita!' Ciertamente quedé marcado para siempre bajo un hálito de agradecimiento, desde los 21 años que tenía.


Desde aquel primer encuentro, siempre nos saludamos con más interés que el de un simple adiós, y en cada escuela de verano, celebrada en la última semana de agosto, siempre nos veíamos y compartíamos opiniones al coincidir en alguna de las tertulias. Pero en septiembre de 1995 comenzamos a trabajar juntos en Trives. Viajábamos en el mismo coche con Alberto Luaces y Maria Angeles Zorelle (ya fallecida). A pesar del pesado viaje, Pepita nunca olvidaba traer un cedé portátil con un montón de discos de música clásica, para que yo pudiese escucharlos, ya que los demás preferían otros géneros musicales.


Por otra parte, las conversaciones en la sala de profesores estaban animadas por Pepita y, en las horas muertas, era casi imposible aburrirse con ella, a pesar de que en ese mismo mes, de un año inolvidable para ella y los suyos, le dejase para siempre su querido hijo Agustín. Al curso siguiente coincidimos en Xinzo de Limia y viajaba con nosotros Sira Lavandeira. Poco tiempo estuve en ese centro que dirigía Gonzalo Iglesias Sueiro, pero todavía disfrutamos de alguna comida a la que nos invitó Sira al finalizar el trimestre.


Los años pasaron y Pepita se jubiló. A diario la veo en el Liceo de Ourense, siempre acompañada de amigas. Y aunque ahora Pepita ya no disfruta de los recuerdos más recientes, no se olvida de los tiempos pasados, ni de los amigos de antes, los de siempre, los más queridos.
Por esa razón quiero expresar desde esta columna de La Región, su querido periódico, mi más sincero homenaje a su labor como madre, maestra y amiga, deseando que sigamos disfrutando de ella muchos años más, porque siempre he pensado y pienso que 'el olvido de nuestros mayores muestra la decadencia de nuestro corazón'.