Cartas al director

Tardes de verano

En esta sabática tarde de verano, todo está bajo control, pues fluye plácidamente viendo ora al Dépor, ora la Vuelta, mientras la digestión toma cuerpo, pero noto que algo no va como sería de desear; ni el Dépor logra marcar, -a punto estuvo de recibir- ni ningún español está en la escapada. Y después de tan buena y opípara comida, tengo miedo que todo llegue a buen término, pues temo que los acontecimientos pueden darme acidez o pesadez de estomago. No solo lo comento en voz alta, sino que lo pienso y no es que la luna llena me pille desprevenido. Que no.

Cambiando de canal, contemplo y envidio a Barrigas el gato, -la mascota, el compañero, el amigo- que duerme en la esquina del sofá, su sitio preferido, teniendo el reposabrazos como almohada, lo que no le impide mover sus orejas cuando alguno de la familia sale o entra en el salón. Si es el hijo menor, con el que duerme en su misma cama, acompaña el movimiento de orejas con el levantamiento de su cabeza vigilante y esperando a que vuelva para continuar su sueño, que por otra parte siempre lo estamos interrumpiendo cuando alguno pasa por delante de él, al acariciarle la cabeza y decirle algo bonito. Es una costumbre de la que casi nunca muestra enfado o irritación alguna, como si la estuviese esperando. Tampoco sea que la alargamos mucho ni la hacemos pesada, pero si es suficiente para devolverlo a la realidad, aunque alguna que otra vez si nos detenemos un poco pasándonos muestre su enfado.

Las cosas son así de livianas y placidas en esta sabática tarde en que ya es difícil encontrar un cielo sin nubes que bien podría ser de coser y bordar, pero como dice mi amigo y más viejo de la parroquia, sin cintura no hay compás y tampoco brota si no hay serrín. Una pena, -que esperamos y deseamos-, ya veremos, a que el Dépor y la Vuelta nos echan una manita; es talmente como odiar las luces de Navidad e irse a Vigo.