Cartas al director

En memoria de Juan Fraga Suárez

El pasado 11 de octubre leía, en nuestro diario La Región, un reportaje sobre Manolo y Pepe Fraga, mis tíos que allá, por 1918, dedicaron su saber y esfuerzo por llevar la electricidad a todos, o casi todos, los hogares ourensanos. Pero no sería ecuánime si no hiciera mención a su hermano pequeño Juan, mi muy querido abuelo, al que recuerdo con mucho cariño y añoranza. 

Por aquel entonces, mi abuelo Juan tenía un taller eléctrico en la calle Capitán Eloy, frente a la Telefónica, y más abajo, frente a la chapistería “Leonardo”, un edificio en el que se ubicaban: un comercio de repuestos de automóvil en el bajo, un comercio de objetos de regalo en el primero, y un piso que utilizaba de cuando en vez en el tercero.

Pues bien, en aquel tiempo, yo era un “mocoso”; es decir, un niño de pantalón corto: es toda la descripción que puedo dar, pues ignoro los benditos años que tendría, pero pocos; aunque ya había hecho la primera comunión -esa es otra historia que dejaré para más adelante, si se tercia-. Cursaba estudios en los HH Maristas, cuyo colegio, que hoy es harto conocido, todavía se hallaba en obras. Pero mi única ilusión era que llegase cuanto antes el jueves, sí el jueves, porque no teníamos clase por la tarde y... lo importante de esta historia real: es que era día de paga. Si ha leído bien, querido lector; porque mi abuelo Juan tenía en nómina, aparte de sus empleados del taller, a los pobres de ourense. Repito para que no existan dudas “tenía en nómina a los pobres de Ourense”.

Yo estaba deseando que llegara el jueves para, al terminar de comer -por entonces vivíamos toda la familia en Curros Enríquez- corriendo me dirigía al taller, tomaba asiento en su mesa de escritorio, cogía unos sobres pequeños y azules, y en cada uno escribía el nombre que él me dictaba e introducía las pesetas que me decía. Terminados, los metía en una caja y mi abuelo Juan, de pie en el mostrador, saludaba a los mendigos que se llegaban; me decía su nombre, yo cogía el sobre con el dinero -aclarar que contenían pesetas y céntimos, pero eran muchos, muchos aquellos sobrecitos azules-. Y los mendigos se marchaban felices bendiciendo a mi abuelo Juan. Nunca, nunca me olvidaré de aquello. 

Por eso, al leer y ver a mis tíos, sus hermanos, en La Región, no puedo pasar por alto lo él que hizo por ellos; amén de trajes y ropa.