Cartas al director

La civilización

“El primer ser humano que lanzó un insulto en lugar de una piedra fue el fundador de la civilización” (Frase atribuida a Sigmund Freud).

Es decir, la civilización habría nacido cuando una persona decidió insultar a otra, en vez de tirarle una piedra. Esto quiere decir que, luego de la piedra, vino el insulto, y finalmente la disputa. Hasta el momento fue progreso. Hoy estoy empezando a dudar si no estaremos cerca de volver a las pedradas. Sepan ustedes que el coraje para decir la verdad se suprime cuando no se tiene la decencia para transmitirla con amabilidad.

Dejen de pelear, políticos. En su lugar, debatan ideas. No hay excusa alguna para que ningún integrante de la familia falte a la mesa, para que los hermanos dejen de hablarse y los amigos dejen de serlo, porque mientras ustedes discuten por ideales ajenos, es muy probable que otros estén robando en su nombre. La discusión de nuestra generación respecto a políticas públicas ya no puede ser sobre izquierdas o derechas, sino sobre pragmatismo o ineficiencia, capacidad de gestión, honestidad, consensos y resultados; pero no porque dejen de existir las izquierdas y las derechas como tal, sino porque son incapaces para atender las complejas demandas actuales que requieren de menos dogmas, menos ideologías, más ciencia y más sentido común.

¡No se fanaticen! Es mucho más fácil sentir que razonar. Cuando les pidan que voten con el corazón, al menos, duden. Lo más probable es que no tengan nada racional para ofrecerles. Una sociedad progresa definitivamente cuando existen recompensas al esfuerzo. La meritocracia implica que, vengas de donde vengas, vale más tu capacidad y esfuerzo que tus contactos. Aunque tan vapuleada últimamente, es el contra-rostro del nepotismo, y una herramienta poderosa para la igualdad de oportunidades.

Necesitamos con urgencia abandonar ideas ramplonas que visten con telarañas y huelen a biblioteca en desuso, pero que vuelven, una y otra vez, a corromper la paz, e interferir en el libre desarrollo de las comunidades. No se dejen confundir. El mayor obstáculo de un pobre, para dejar de serlo, no es un empresario rico, producto de un trabajo ético, sino un político corrupto a expensas de su beneficio. El resto es ideología. No podemos permitir que la política se termine convirtiendo en el usufructo del inhábil. Lamentablemente, hoy son realmente pocos los que, ocupando cargos de relevancia institucional dentro del Estado, podrían conseguir, por propio mérito, un trabajo bien remunerado en el sector privado. De generar riqueza, ya mejor no hablar.

Las nuevas generaciones tienen el enorme poder para ganar la partida a la inmoralidad. Cuando entendamos que el mayor benefactor social es el emprendedor honesto. Cuando dejemos de castigar su éxito, saldremos definitivamente del fango de la envidia y del resentimiento en el que muchos pretenden hacernos creer, falsamente que existen clases de hombres, en comentario del psiquiatra Pablo Malo.