Cartas al director

Conversaciones en Outariz. El agua y la vida

Dijo el profeta Eliseo a Naamán: “Ve y lávate siete veces en el río Jordán y tu piel quedará sana como la de un niño” (Biblia, Libro 2º de Reyes, 5, 9).

Como pronosticaron los metereólogos, hoy amaneció soleado y primaveral. Decidí cambiar el horario de mis idas tardías a la poza termal. A las doce, con una temperatura exterior de 17 grados, cogí mi mochila y me dirigí a Outariz, donde me esperaban, tranquilas, los 40 grados de sus acogedoras aguas termales. Había poca gente, más bien señoras de cierta edad. Tal vez un antifeminista aprovecharía para afirmar que mejor estarían en casa haciendo la comida; yo no entro en esos prejuicios.

Me puse el bañador, pasé por la ducha previa de rigor, aparqué mis chancletas y me afondé en aquel líquido amigable que ya parecía esperarme. Atravesé la charca hasta el fondo opuesto a la escalerilla de bajada, mientras iba sintiendo el efecto benefactor en mis piernas, un tanto deterioradas por la flebitis. Allí estaba la gran piedra plana, la cátedra del sabio filósofo “sabelotodo” de tardes anteriores. Tentado estuve de sentarme sobre aquella silla gestatoria y ponerme a imitarlo. Simple fantasía imaginativa. En el agua estábamos solo cinco personas, dos mujeres y tres hombres, y otra media docena fuera absorbiendo por su piel aquel sol primaveral. Los dos supervisores, un hombre grueso, amable y bonachón y una chica joven, charlaban aquí y allá con ellos, echando una ojeada al conjunto termal, y comprobando que todos los clientes cumplían la norma higiénica de pasar por la ducha antes de entrar en el agua.

Hoy había poco que escuchar, por lo que aproveché para la inmersión en mis pensamientos, cosa que no se me da del todo mal, y que me satisface hacerlo. Hace más de 4.000.000.000 de años, la vida salió del agua de mar, de la misma composición química que ésta que me arropa en este momento, solo con alguna variante de salinidad y de algún otro componente inorgánico. Mi cuerpo se compone de agua en un 90%, dicen los entendidos. Espero que no suceda lo mismo con mis pensamientos.

Con el agua acariciándome hasta el cuello, cerré voluptuosamente mis ojos, y mis pensamientos flotaron libremente sobre variados problemas, como el cambio climático, la sequía, el hambre en el mundo, la guerra... También, sobre las personas presentes y en las diferentes razones por las que cada uno venimos a Outariz para abandonar nuestros cuerpos al placer y a los beneficios de sus aguas termales.

Algunos bañistas más fueron apareciendo por la poza, algún otro salió de ella. La cosa empezó a animarse un poco más. La vida no se apaga en el agua. Sobre las trece horas, quedarían en el agua –calculo yo- una decena de gentes. Sobre la puerta de los vestuarios, el gran reloj marcaba el tiempo de volver a la realidad de la vida diaria.