Cartas al director

De la espontaneidad a las apariencias

“Todo lo que vemos es una señal de algo que no podemos ver” 

(Barbara Nicolosi) 


Llamar la atención, en las ciudades modernas, tantas cubiertas metálicas sembradas en las aceras y calles por donde pateamos cada día. Más de una vez me he detenido a pensar en todo lo que discurre por sus entrañas. Esta tapa debe corresponder al cableado eléctrico, esta otra al servicio telefónico, aquella de allá, a la traída de agua o de gas a las casas, la de la esquina, a la conducción de aguas fecales o de lluvia. Como imaginar es gratis, me gusta hacerlo con este tipo de cosas y construir mi propia película de andanzas subterráneas. Incluso, a veces, asocio todo este mundo alternativo a los famosos túneles palestinos de las ciudades de Gaza, que tantos quebraderos de cabeza producen a los desesperados soldados israelíes.

Pero también mis pensamientos se hacen metáfora de ese mundo personal y social escondido en lo más profundo de la persona, y paralelo al mundo real, pero que es muy difícil penetrar en el corazón de la gente que se mueve a nuestro alrededor. Fue el famoso psicoanalista Sigmund Freud quien descubrió la existencia de ese mundo inconsciente que trota amenazador en nosotros día y noche y en el que descansan los problemas de nuestra existencia. La realidad de la persona está más allá, mucho más profunda de lo que aparenta, y no es tan espontanea como se pueda suponer.

Estas líneas quieren buscar otra diana, aquella que hace referencia al mundillo de nuestras apariencias, tan fáciles de ver en el trato con personas, incluso con grupos. Una cosa es lo que dicen, otra muy distinta lo que intuimos que dejan de decir. Nos inclinamos a pensar que la gente no expresa lo que siente, tanto en lo que manifiesta como en el cómo se presenta en sociedad. Más bien, son las apariencias las que toman el relevo de la espontaneidad. En el vestir, hablar, gesticular, comer, etc., se funciona según lo políticamente correcto, es decir, en la teatralidad de las apariencias.

No es mi intento excluir ningún campo en el que se dé este fenómeno social, sin entrar en la discusión de si antes era distinto o no lo era. Ni tampoco hurgar en los problemas de relación entre personas, amigos, pareja, relaciones laborales, etc. Más bien, quisiera llevar mi reflexión al comportamiento político, y que, en los últimos meses, tantas discusiones y posiciones agresivas está produciendo en la sociedad española.

Los políticos -afirmamos rotundos- no dicen toda la verdad, no expresan lo que sienten, no hacen otra cosa más que teatro interesado, solo están en la hosca melodía del “y tú más”. Aunque después compadreen juntos en el bar del Congreso, según dicen. Ya, ni se mienta el término verdad, ni se expresa lo que se siente, sino que directamente se posicionan en la trinchera, cual otro frente ucraniano o gazatí. ¿Será verdad aquello de que “sonche todos iguales”, que decía mi madre? ¿Será también verdad que todos preferimos las apariencias interesadas a la espontaneidad?