Cartas al director

La unidad de la familia

 Como la espiga agarra las cuentas de un rosario, el apellido da un orden a los miembros de una familia y uno se da cuenta, de que cuando se pierde a un familiar, parece que se convierte en irreparable, pero ese nuevo eslabón, sus hijos, recomponen la cadena.

Igualmente, permanecen, por los valores inculcados en su descendencia, por perder, se puede llagar a perder incluso el apellido adquiriendo otro; pero siempre queda tatuado lo que el artículo 18 de la Constitución, define como, honor, lo que sobresale por encima de los logros profesionales individuales alcanzados y que tal como los ausentes pronosticaron, queda en buenas manos, orgullosos de sus descendientes, con un relevo generacional sin abruptos.

Dicen que nos parecemos, ya no tanto físicamente, sino moralmente; eso hace que nos reconozcamos públicamente al instante, incluso nos queremos sin vernos. Es la suerte de venir de la misma familia, cuando uno falta los demás hacen de punto cardinal, de referencia, como mejor saben, en el recuento de la familia Cid et al. /y otros, como César Martínez y Juanito Enríquez y un largo etc.