Cartas al director

La libertad de pensamiento no debería tener precio

La libertad de pensamiento es la misma que debe regir nuestro intelecto. Las normas buenas son para cumplirlas y las malas (ejemplo; lo de llevar los hijos al banco), son para separar a aquellos que saben pensar de aquellos que se inyectan lejía cuando alguien supuestamente importante se lo dice.

Otros están cayendo en el negacionismo y en la necedad de subestimar a la muerte, pues piensan siempre que esta historia no va con ellos. Ese incumplimiento desaprensivo de la norma básica del distanciamiento social nos va a costar muy caro. Hace un siglo tuvimos la última pandemia verdadera, y los datos indican que las oleadas secundarias fueron peores que la primera. Aquellos que incumplen están poniendo en peligro su vida y la de los suyos. Nadie capaz de pensar con raciocinio se acercaría a un león en la sabana, llevando de la mano a su viejo padre que no puede ni correr. Y eso es prácticamente lo mismo que estamos haciendo, con la única diferencia de que esta vez le estamos llevando el león a su propia casa.

Estamos cayendo en la trampa del hambre. Estamos cayendo en la trampa ideológica que pone al dinero como dios único y verdadero. Y eso lo está poniendo de relieve el virus al mostrarnos la fractura social de unas gentes que están viviendo por encima de sus posibilidades. Se tiende a tener el último modelo de móvil, o a coger vacaciones pagándoselas con un crédito instantáneo que ya se pagara mañana. Y ahora después de dos meses escasos muchas familias se encuentran con los ahorros agotados, formando colas para recoger alimentos en aquellos sitios donde la caridad todavía es lo decente.

Esta sociedad consumista nos ha estafado. Nos ha enseñado a vivir al día sin pensar en el mañana, a no tener planes de defensa contra aquello que ha venido, y antes o después volverá.

Nos recuperaremos de esta con seguridad y volveremos a ser tan incongruentes como siempre. Pronto olvidaremos los nombres de los que hayan muerto y los sustituiremos por un número final, que al ser más frío no dejara ningún residuo en nuestras mentes ni lagrimas cayendo por nuestras mejillas.

La libertad del pensamiento está en nosotros, el caso es si no la hemos mal vendido a cambio de un miserable plato de lentejas.