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Está muy bien que la Academia sueca haya concedido el Nobel de Economía de este año al canadiense David Card por haber demostrado que el incremento del salario mínimo no contribuye a la destrucción del empleo, y que, en base a sus conclusiones varios Gobiernos hayan podido defender las correspondientes subidas.
Es, sin duda, una buena noticia para los trabajadores, para las empresas y para la economía del mercado en su conjunto, pero hay otro descubrimiento de las investigaciones del propio Card, que no ha sido tan divulgadas, pero que tiene, a mi entender, una extraordinaria importancia. Y es la evidencia de que la inmigración no perjudica a los niveles de renta de los trabajadores menos cualificados, una nueva visión que, de algún modo, desmonta la tradicional idea de que la llegada de inmigrantes afectaba negativamente a los salarios.
Bienvenido sea por tanto el Nobel, no solo por el impacto positivo que pueda tener en la política salarial de las empresas, y en los propios trabajadores, si no también, y muy especialmente, porque puede ayudar a romper esquemas, tabúes y prejuicios que están muy incrustados en el tejido social y laboral y que, de este modo, se pueden empezar a ver y a interpretar de otra forma.
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