Opinión

¡Ayuda con pan que me arruinas!

Tan lejos quedan aquellos primeros tiempos franquistas que los que podemos ¿presumir? de haberlos vivido tenemos que haber entrado a estas alturas en la década de los ochenta. Tiempos que, posiblemente, por haberlos vivido en un lugar como Ourense –Puente Canedo- podemos decir que fueron… pues tranquilos. Posiblemente porque convencidos de que no había más remedio que hacer frente a las limitaciones, vivíamos a nuestro modo, a nuestra manera, capeando el temporal, según venía…

Y éramos buenos, sufridos. Resignados. Por ejemplo, a la hora de comer. Como si en ese momento la única preocupación parecía ser que tu madre o tu esposa, vamos, la señora de la casa, pudiera poner algo. Lo que fuera. Pero comer. Abastos, es decir, la Comisaría General de Abastecimientos y Transportes, que tenía su sede en aquella casa alta que existe al terminar el Puente Nuevo, tan pomposamente alta que entonces le llamábamos “el rascacielos” , facilitaba a los ayuntamientos las cartillas de racionamiento, para que las hicieran llegar a cada uno de los habitantes censados. Era un documento personal con una serie de cupones con el que acudías cada semana a la tienda en que previamente te habías inscrito y te vendían productos intervenidos de primera necesidad. Generalmente, un octavo litro de aceite, 100 o 200 gramos de azúcar, jabón para lavar y que valía para todo, hasta para la ducha, arroz… a precio oficial.

Claro. Podías hacerte con otros alimentos “por fuera”. De cosechas propias, frutos del campo que se vendían en plazas. Y hasta también de los propios alimentos oficiales o intervenidos. Eran los de “estraperlo”, más caro, evidentemente. Y peligroso. Había que localizar al proveedor… y de ellos se ocupaban los “fiscaleros”, los agentes de la Fiscalía Provincial de Tasas, que les echaban “el guante”, los detenían.

 De la misma forma que existían estos “mafiosos aficionados”, también había los “chivatos”, es decir, personajillos que los denunciaban y eran conocidos por “los del 40%”, porque percibían el cuarenta por ciento del importe de la multa que le impusieran al estraperlista… Ni que decir tiene que muchas denuncias eran inciertas, falsas, y por tanto motivaban que mucha gente lo pasase mal: por sentirse denunciados, desprotegidos ante los agentes. Y, como consecuencia, de vez en cuando se repartía alguna bofetada… O más de una, claro. 

Así las cosas, no era precisamente normal llegar a comer y te encontrases con que aquella madre de familia había sorprendido colocando en la mesa una espectacular fuente de bistecs. Y los tres hijos del matrimonio entraban en ellos con tanta fuerza y decisión que el padre -que no se sabía bien como se había arreglado para traer aquella bandeja de carne-, enérgico y tajante, puso orden elevando la voz:

-¡Hijos, por Dios, ayudad con pan que nos arruináis…!

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