Cartas al director

Recuerdos

Ayer coincidí con un mecánico electricista del automóvil ya jubilado que se unió al taceo en el bar de la parroquia, con el que me unía una amistad nacida del arreglo de mis dos coches. Hacía tiempo, quizás años, que no lo veía a pesar de vivir en el mismo ayuntamiento, pero bastante alejado, al que le queda más cerca Noia y en donde hace casi toda su vida social y económica.

Recordamos viejos tiempos y nos cuenta que aún recuerda el primer trabajo que hizo en la inauguración de su taller -cambio de batería- y también el último -que  precisamente recayó en mi ya viejo Megane, cambio y calibrar las luces para una ITV- y que a él, igual que a aquel industrial de materiales de la construcción, cuando su hija le dijo a modo de arreglo del viejo cuarto de baño familiar que ya estaba obsoleto, le respondió que para qué quería más cuartos de baño, si no sabía que en esta, aquella y aquella otra parroquia y aldea tenían ya uno -que eran tres-  que aún estaba pendiente de pago y cobro y que eran muy buenos y mejores.

 Que una de las cosas que más le incomodaban y fastidiaban era tener que pagar una ronda a algún que otro paisano y excliente que seguían siempre haciéndose los remolones y que aún le debían el trabajo y material de la avería del coche. Y que más de una vez a punto estuvo de preguntarle si le funcionaba todavía bien dicha reparación. Que no es que fuera por el importe, pero que le mortificaba cada vez que veía a alguno de aquellos mal pagadores, que no los olvidaba; algunos que solían pagar a plazos, siempre acababan dejando el último como olvidado.  

Mi amigo y vecino, el más viejo de la parroquia, le consuela entre taza y taza de que, a mal pagador, más vale darle que fiarle, y que en todas las profesiones todos quieren tener un hijo, plantar un árbol y escribir un libro, lo difícil es criar al hijo, regar el árbol y que alguien lea el libro. Y dice bien.