Opinión

El Cela pintor y la pintura gallega (1946-1953)

En el tiempo que transcurre entre la prohibición de "La colmena" (1946) y el segundo viaje del escritor a Hispanoamérica (1953), dictando conferencias en Colombia, Ecuador y Venezuela con un tema constante, “La morriña en la literatura gallega”, sus quehaceres periodísticos atienden con frecuencia a la pintura. Su cuaderno de notas, resultado de sus conversaciones con los pintores, sabe “de sus afanes y de sus tristezas, de sus sinsabores y de sus alegrías”. Al margen de sus dos exposiciones (Madrid y A Coruña) participó también en la colectiva “16 artistas de hoy” en la madrileña Sala Buchholz (primavera del 48) y  publicó un olvidado articulo en el diario murciano de la cadena del Movimiento, Línea (25-VI-1947), recogido en el oceáno de textos Las compañías convenientes y otros fingimientos y cegueras (1963), titulado “El pintor”. 

El artículo es, sin apenas disimulos, un autorretrato del joven artista y de su vocación pictórica. Describe su primer cuadro: “representará tres cabezas, una de mujer, otra de hombre y otra de niño; se titulará, se titula ya: Claudio Pernalete, señora e hijo”. Antes de acostarse y mientras enciende un nuevo cigarrillo, “empieza a entender la pintura”. Y mientras da vueltas y más vueltas en la cama, su desasosiego le recuerda “que es la primera noche en que va a dormir invadido por su nueva vocación, a solas con su nueva vocación”. Vocación que cristalizará en la exposición de diciembre en la galería Clan y en una confesión epistolar (4-III-1948) al pintor  Rafael Zabaleta, quien habrá de colaborar con el escritor años después (será quien ilustre la traducción gallega del Pascual): “Mi exposición fue, por lo menos, un acto de higiene que desorientó a los críticos, tuvo gran aglomeración de público y opiniones para todos los gustos”.

El contexto de este acto personal de higiene (que tuvo segundas partes) es un importante haz de artículos sobre la pintura y los pintores contemporáneos, con especial atención a los artistas gallegos. Dejando para una siguiente “variación” los diálogos con Isaac Díaz Pardo, el primer Cela se ocupó, entre el 46 y el 53, si bien con desigual intensidad, de Manuel Castro Gil (Lugo, 1891), Luis Mosquera (A Coruña, 1899), Julia Minguillón (Lugo, 1907), José Leyra (Ferrol, 1912) y María Antonia Dans (Oza dos Ríos, 1922).

“Castro Gil o el buen pulso del alma” (El Alcázar, 21-III-1950) es un texto que presentó la exposición madrileña de medio centenar de grabados del artista lucense. Cela reflexiona con pasión sobre su arte, tomando como punto de partida el grabado a dos tintas que le acababa de regalar Castro Gil: “El escritor cuelga en una pared de su biblioteca un aguafuerte de Castro Gil. Como el grabador y el escritor son gallegos, el tema del aguafuerte también lo es. Galicia –hechos cantan- es un buen paisaje para el aguafortista y quizá no tan bueno para el pintor”.

En 1945 Luis Mosquera retrató al joven Cela en un oleo que es canónico en la representación del escritor. Éste, por su parte, le definió en 1950 como “un magnífico pintor y hombre incoercible”. A “nuestra paisana Julia Minguillón” simplemente la menciona como pintora admirable en la órbita del movimiento indaliano que tenía como gran pontífice a Eugenio d’Ors. La relación del escritor con el ferrolano Leyra Domínguez es más amplia.

Al escribir para Arriba (1-V-1946) un artículo, dice tener en su gabinete tres oleos de Leyra, que le ayudan a no morir de resignación: “el mar azul, la ría verdiazul, el río verde como la esmeralda y apacible como una novicia de catorce lentísimos años” (el último se custodia, a día de hoy, en la Fundación Pública Galega CJC). Años después, en marzo del 50, tras recibir una carta de Leyra en la que le da cuenta de su reciente exposición en Ferrol y de su conferencia “Visión emocional del paisaje gallego”, Cela medita: “El pintor oficia sus viejas artes de cara al mar de los celtas, allá en la verde y común costa gallega, y el escritor, como un gorrión de la ciudad, canta sobre los tejados urbanos su canción sin fe y sin esperanza. Pero con una honda, una entrañable, una violenta caridad”. Cela está ultimando la edición príncipe de La colmena (Buenos Aires, 1951).

Siempre fue hábito celiano ceder sus palabras para el catálogo de las exposiciones de pintores y escultores. Cuando la coruñesa María Antonia Dans expone por primera vez en Madrid (Galería Alcor, 2-II-1953), Cela escribe: “Nos enseña una Galicia que se resistía, tercamente, al pintor: una Galicia violenta y viva, amorosa y viejísima, pagana y cruel”. Para el escritor la pintura fue vocación y pasión: un aspecto ineludible de su personalidad.

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