Opinión

Cela se traslada a Mallorca

Camilo José Cela publicó en el periódico de Palma de Mallorca, Baleares, entre 1946 y 1951 dieciocho artículos. Se trata de un tipo de colaboración frecuente en esos años, en los que, además de Arriba, CJC publicó a menudo en las columnas de otros periódicos de la cadena “azul”. Precisamente dos años y medio después sería el diario Baleares, quien le solicitó la primera entrevista mallorquina. El artífice fue Pedro Serra, un joven periodista que con los años se convirtió en uno de los grandes amigos mallorquines de CJC. La sección en la que apareció el encuentro entre Cela y Serra era “Díganos usted algo” y el periódico llevaba fecha del 24 de febrero de 1954. El director de Baleares era Waldo de Mier, quien al año justo de la llegada de CJC a Palma le escribía (27-II-1955) a su domicilio de Madrid: “Creo que fue anteayer cuando hizo un año que llegaste y me llamaste y ahí empezó nuestra buena amistad ya preparada por todas las cosas que, de común, tenemos los españoles del 36 que estuvimos en la misma línea de trincheras”. Waldo de Mier (cuya ideología queda retratada en esas líneas) recuerda con poca precisión, al menos la fecha de la llegada de Camilo José, que fue anterior al 25 de febrero, seguramente el 23, puesto que con esa fecha y “con un pie en el estribo para hacer un viajecillo por dentro del país”, Cela le manda una nota desde Madrid al presidente del consejo de administración de ABC. Es de justicia reconocer que Pedro Serra estuvo muy diligente en su entrevista con el autor de La colmena.

Cela estaba hastiado de la vida literaria madrileña y tenía que hacer los deberes contraídos con la novela venezolana. Estas dos razones le impulsaron, acompañado de Charo, a la excursión mallorquina en busca del sosiego necesario para la escritura de La catira. Años después, en la larga entrevista seriada que Marino Gómez Santos publicó en Pueblo durante noviembre del 57, Cela le explicaba: “Vine [a Palma] a pasar una semana, me encontré a gusto, y aquí llevó ya tres años y pico”. Quede pues constatado que todos los testimonios apuntan a que Cela se desplazó a Mallorca tratando de encontrar un escenario tranquilo y relajado, para cumplir su compromiso con el gobierno venezolano. Cela, quien negociaba La catira con tres editoriales (Revista de Occidente, Destino y Noguer), le escribe a su paisano José Pardo de Editorial Noguer (19-IV): “Mi novela venezolana puedo editarla donde quiera porque es mía, de mi propiedad. Mi único compromiso con aquel gobierno […] es escribir un libro cuya acción discurra en su país. Esto es lo que estoy haciendo con La catira”. Para mayo ya estaba firmado el contrato entre el maestro gallego y la editorial barcelonesa Noguer.

Al margen de La catira, creo que hay que insistir en el disgusto que CJC tenía con la vida cultural madrileña. El mejor argumento es una carta manuscrita dirigida al ministro de Información y Turismo –desde julio del 51, año en el que Franco creó el ministerio- Gabriel Arias Salgado, quien con anterioridad había ocupado los cargos de secretario de Educación Popular y delegado nacional de Prensa y Propaganda. La carta escrita a comienzos de febrero del 54 tiene el aire del desahogo íntimo de una persona que necesita urgentemente un punto y aparte en sus quehaceres. Cela –le confiesa a Arias Salgado- quiere poner un poco de orden en su actividad, le conviene “hacer un ligero repaso de la voluntad y un somero examen de conciencia”.  El desembarazo le lleva a recordar que desde 1942 hasta 1954, “no he recibido, por parte del Estado, sino golpe tras golpe”. Cela que, sin duda exagera, aunque almacenaba motivos para estar dolido, se reafirma en que su respuesta al continuo vapuleo oficial no va a ser nunca ni la traición ni la deserción, “armas que jamás han figurado en mi armario”. Dada esta situación, en la que la voluntad no se ha quebrado, pero la paciencia ya no es dique suficiente, le comunica: “El paso que voy a dar no puede ser más sencillo: me voy.  Pero no pienses que me voy al extranjero; la ingenuidad es una grave tara política.  Me voy, sí, pero no me voy más que del medio, de este enrarecido y viciado medio en el que no puedo ni quiero respirar.  Cuando el tiempo se encargue de ventilar el cotarro abriendo una ventana -léase esta censura que nos agobia y, lo que es más grave, a cambio de nada- yo regresaré como ahora me voy: tímidamente y sin echar los pies por alto”.

La carta, mejor dicho la confesión, puesto que el texto que Cela redactó de puño y letra no se cursó, termina con una firmeza digna de quien la escribe: “Ahora me voy a la Cartuja de Burgos, donde creo que me admitirán y donde pienso estar, salvo que tú me lleves a la cárcel, hasta que la ventana se abra. Allí, en medio del silencio, pienso que Dios, que es menos dogmático y más liberal que tú, me ha de dar la necesaria presencia de ánimo para no desmayar”.

CJC inició la excursión mallorquina con un propósito pragmático que no ofrece dudas, pero en el fondo de su conciencia latía la necesidad de irse del insano medio cultural y político madrileño, hasta que las ventanas se abriesen, ventilando y oreando el viciado cotarro. 

Meses después, con un pulso enérgico e independiente, abriría desde Papeles de Son Armadans una de las más importantes ventanas de la cultura española del mediados del siglo XX. Cela ya residía de continuo en Mallorca.

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