Opinión

Valle-Inclán, espejo de CJC

El espejo del genial escritor de Vilanova de Arousa acompaño a lo largo del camino a Cela, desde los años 40 a sus últimos tanteos creadores, tal el Homenaje al Bosco II. La extracción de la piedra de la locura o El inventor del garrote (1999), donde un gran guiñol da cobijo a la memoria histórica de la mano de escritores del modernismo y lasvanguardias. Valle-Inclán se presenta así: “Soy don Ramón María del Valle-Inclán y Montenegro, Marqués de Bradomín: un buen nombre es tan necesario a un poeta como un buen marco a un cuadro”. Para sostener más adelante, en ese purgatorio fantasmal por el que transita junto a Unamuno, Baroja, Azorín, Ortega, Solana, entre otros: “Los españoles nos emborrachamos con nuestras más íntimas salivas históricas, con nuestras más rancias meadas históricas. España es una deformación grotesca de la civilización europea”, afirmación que procede literalmente de la palabra de Max Estrella, el protagonista de Luces de bohemia. El último Cela rendía tributo a Valle-Inclán, cuyo perfil anfibio de egregio cultivador de la modernidad, tenía la forma de las Sonatas o la de los esperpentos. En realidad, algunas caras del poliedro creador de CJC lo atestgiguan meridianamente. Con una reiteración similar a la constante del narrador auto-reflexivo de San Camilo 1936 –su novela de 1969- Cela se mira de frente y al soslayo en el espejo de Valle-Inclán.

Se mira en el mundo de las Sonatas, de las dos primeras Comedias Bárbaras y en el primer tomo de La Guerra carlista para idear una novela que quedará inacabada y que receintemente he dado a la luz, Un marino mercante (1944-45). Obligado por la inicial redacción de La colmena, Cela dejó para siempre olvidada esta nonata novela histórica, nacida de espigar el nutrido epistolario del protagonista, sus aventuras de capitán mercante y su experiencia de amante tan sentimental como casquivano. Elegante prosista, don Evaristo Montenegro Cela, como buen romántico, “se pasó los días de su vida haciendo, sin ninguna claudicación conocida, oposiciones a la posteridad”. Todo en Un marino mercante, desde la atmósfera a los personajes, desde la forma al estilo literarios suena a la música y a la letra del primer Valle-Inclán.

Cuando a partir de 1946 Cela fragua los apuntes carpetovetónicos –su primer libro con ese marbete es El Gallego y su cuadrilla y otros apuntes carpetovetónicos (1949)- se mira en el espejo del esperpento. Desde luego que Unamuno y Ortega tienen que ver con lo seminal de esa genial creación que atraviesa toda la obra del mejor Cela. Desde luego que el esperpento y el apunte carpetovetónico son dos géneros literarios diferentes, pero el espejo de Valle-Inclán alumbra sin sombras la concepción artística celiana: el apunte es un minúsculo esperpento en forma de cuento agridulce, entre caricatura y aguafuerte, de tipos y trozos de la vida intrahistórica española.

Desde comienzos de la década de los 50 Cela venía forjando una serie de conferencias sobre sus maestros del 98, que había dictado por una amplia geografía. En 1961 las agavilla junto con otros textos en el libro cuatro figuras del 98: Unamuno, Valle-Inclán, Baroja, Azorín y otros retratos y ensayos españoles. El primer ensayo aborda de modo comparativo las personalidades y las obras de Unamuno y Valle, que tienen muchas divergencias y “una constante única, si bien entendida de forma disímil y peculiar: su fiero iberismo”. Además, Cela indica que Valle “es devorado por la literatura” y, no obstante, desde su luminoso tablado –igual que Unamuno desde su penumbrosa soledad- representan “el haz y el envés de esa moneda, siempre dispuesta a ser tirada al aire, que se llama España”. En cierto modo dos caras del poliedro Camilo José Cela.

Valle-Inclán como espejo es el hilo conductor del artículo “Don Ramón del Valle-Inclán cumple cien años”, que abría el número que Papeles de Son Armadans le dedicó en octubre de 1966. Cela reafirma un principio de la creación literaria valleinclaniana que había abrazado como propio: la literatura no es una casilla en una escuela o en un  movimiento literarios, ni una determinada preceptiva sino una actitud que integra el fondo y la forma, alma y máscara en la herramienta de la palabra literaria: “Valle-Inclán, reacio a los encasillamientos y violento con todo cuanto quedaba fuera del inmediato alcance de sus sentidos, se entretuvo jugando el cruel juego de azar de fundir la palabra con la idea, que supone tanto como disfrazar a la pura idea con la palabra impura y literaria”. En el arriesgado oficio de las letras, el maestro de Divinas palabras fue espejo constante del autor de Mazurca para dos muertos.

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