Opinión

Negros, verdes, carteristas

Cuando hace treinta años se instaló en Irán aquel hombre de puro negro que fue Jomeini, los persas de imperios invencibles y poetas delicados lograron una temible cuadratura de círculo. El nuevo régimen aunó la inclemencia de la teocracia y la impiedad de la izquierda. Era como un cruce de pesadillas entre una conferencia episcopal sin restricciones y una horda de estalinistas. Hasta hoy.


En los años cuarenta, se derrocó al mandamás de entonces por una de esas genialidades de la diplomacia británica que tanto han contribuido a animar la región. Su hijo, el Sha que más conocimos, aparte de considerarse, como era natural, el sol de los shaes y de mantener, por no romper la tradición, una policía implacable, inspiró reformas mercantiles y vestimentarias y dio muchos contratos a progresistas foráneos, que era lo importante. En la calle se exhibían carteles de cine con desnudos de tercera vía. Los puritanos no estaban contentos. Con la clarividencia que siempre lo caracterizó, Carter brindaba por un régimen que centraba la estabilidad de la región.


Para un hombre de negro, seguramente sincero, era una situación insoportable. Jomeini se refugió en Iraq, que sólo abandonó cuando Sadam Hussein se ofreció para asesinarlo. El obispo se mudó a Francia a expedir sus proclamas, con enorme embarazo de Giscard d’Estaing. En las calles de Irán, la policía hacía de las suyas. Estados Unidos -el clarividente Carter- proponía soluciones contradictorias. El sha, un autócrata liberal tan orgulloso como despistado, estaba pronto a aceptar las reformas de la revolución si lo dejaban en paz. Su comportamiento se asemejó mucho al de Luis XVI antes de pasar por la guillotina en la versión de ‘Memorias de ultratumba’ que nos dejó Chateaubriand.


Dejando atrás un reguero de cadáveres, el sha y su familia se largaron de vacaciones, momento que aprovechó para instalarse el gran hombre de negro, apoyado por clérigos, beatos, sádicos y, como siempre que cambia el viento, por los liberales. Este ya había acuñado un cliché que sigue teniendo éxito: Estados Unidos y Occidente representan a Satán. Auxiliada por escuadras seculares de estalinistas ululantes y con barba, la conferencia episcopal iraní se arremangó los brazos. Tenían verdades que administrar, un porvenir que asegurar y herejes que ajus ticiar. Uno de los primeros ministros de la revolución de Jomeini fue el hoy agraviado candidato Musavi, que ahora se viste de verde y, suponemos, se ha lavado las manos unas cuantas veces. El último de la saga se servidores es Ahmadineyad, que dice tantas tonterías sobre Occidente como nosotros debemos de decir sobre él. Los partidarios de Musavi -jóvenes, liberales entre comillas, probablemente coránicos- se enfrentan a Ahmadineyad y, sobre todo, a la conferencia episcopal iraní. El emperador Marco Aurelio escribió en el siglo II, antes de que se desatara la manía de la caza de brujas, que ‘lo que no daña al estado, no daña al ciudadano’. Pero a una conferencia episcopal le hace daño todo. Y en una teocracia es la que manda.


Los de Musavi burlan a la censura con las redes sociales de Internet. Los de Ahmadineyad utilizan a técnicos de Nokia y Siemens para combatir las ciberherejías. Los patrones de Nokia y Siemens son probablemente gente liberal. Nokia, Siemens, Facebook, Twitter son herramientas de Occidente. Occidente, una vez más, no tiene ni zorra idea sobre lo que debe hacer.



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