Opinión

Berlusconi, el fin de la aventura

Berlusconi.
photo_camera Berlusconi.

De repente escuché la noticia: Berlusconi ha muerto. Sabía que estaba hospitalizado, pero no esperaba un desenlace tan abrupto, sin un coro de informaciones que nos fueran preparando del viaje hacia la nada de un hombre que vivió en los grandes remolinos del exceso. En ese momento me asaltó el interrogante: ¿Qué es morir?  Normalmente morir es pasar del es al era. Dos tiempos del verbo ser. Es un canalla, a pesar de todo continuaban, era un buen hombre. Tenía curiosidad por conocer los adjetivos, verbos y predicados que se esparcirían sobre el reciente cadáver de Silvio Berlusconi, el disparatado personaje que ocupó todas las secciones del periodismo italiano en las ultimas tres décadas. Fue el gran protagonista de la política italiana, de la televisión y al borde de la delincuencia incluida la corrupción de menores en los últimos treinta años. 

Apoyado en Internet viajé por todos los periódicos europeos, especialmente los italianos, para conocer lo que opinaban del gran personaje. En el fondo de todas las informaciones sonaba una melodía común. Casi todos coinciden en que carecía de escrúpulos a la hora de luchar por sus objetivos. Era un depredador de los principios éticos y morales, puede decirse que no existían. Al mismo tiempo destacaban la desbordante simpatía de que hacía gala y la empatía con la que seducía a sus interlocutores. Era espumoso y burbujeante como el champagne recién abierto. Un seductor seduciendo.  Además, tenía dinero, mucho dinero, era riquísimo.

En el paisaje de la política italiana apareció a principios de la última década del siglo pasado cuando la política italiana se hundía en un pestilente fango de corrupciones conocidas como Tangentopoli, palabra derivada de tangente-soborno y poli-ciudad. Una verbena de corrupciones sacadas a luz publica por una serie de magistrados conocidos como manos limpias (mani pulite), encabezados por Francesco Saverio Borrelli y Antonio di Pietro. En el festín de la corrupción estaban implicados políticos de distintos colores, parlamentarios, alcaldes e incluso ministros y primeros ministros. Se respiraba corrupción. Fue la muerte de la primera República.  Partidos como la Democracia Cristiana y el Partido Socialista que habían dominado la política italiana desde finales de la II guerra mundial, desaparecieron en la crisis.

Nació en Milán en 1936, la misma ciudad en la que acaba de morir a los 86 años. Una vida larga y turbulenta. Se crió en el seno de una familia de clase media, aunque a él le gustaba decir que era de origen humilde para alimentar su leyenda de gran empresario. Su padre trabajaba en la Banca Rasini, una institución muy utilizada por la Mafia para lavar dinero. Esta entidad bancaria avaló su actividad de constructor en los años sesenta. Se dice que en esos años también recibió misteriosos apoyos financieros desde Suiza para afianzarse como empresario de la construcción.

Según me contaron varios periodistas italianos, Silvio Berlusconi sentía verdadera nostalgia por los años cincuenta, la época de su veintena de años. En aquellos tiempos dorados de juventud se ganó la vida cantando en los cruceros por el Mediterráneo, tenía un gran éxito con sus melodías románticas de corte napolitano. Era el play boy con más éxito entre las mujeres que iban a bordo. Con su simpatía desbordada y su atractiva voz, un Frank Sinatra de tarjeta postal, resultaba irresistible, según su propia confesión.

Nacido en l986, Berlusconi asume la presidencia y la propiedad del club de futbol Milán cuando al cumplir los 50 años. Era ya multimillonario y conocido empresario de medios de comunicación, especialmente los televisivos, pero la presidencia del Milán multiplicó su popularidad. Aplicó a la gestión futbolística las mismas recetas que había utilizada para sus empresas. Tuvo éxito, el Milán bajo su mandato ganó tres copas de campeón de Europa y varias veces la liga italiana. Berlusconi era el arquetipo del triunfador. Millones de aficionados en todo el país gritaban “forza Milan” mientras Italia giraba a la deriva en un remolino de crisis. Berlusconi pensó que podía hacer con el país lo que había hecho con el Milán, convertirlo en referente mundial de la vanguardia desarrollista. Reunió a sus colaboradores y les dijo:“ He decidido bajar al terreno de la política. Italia nos necesita.” Necesitaba un partido como instrumento para actuar en política. Había que encontrar un nombre popular y atractivo, fácil de recordar para bautizarlo. No lo pensó mucho, lo tenía al alcance de la mano, sería el grito que los tifossi gritaban los domingos en su estadio milanés con una ligera modificación, en vez de Forza Milan sería Forza Italia. No hizo falta invertir mucho en promoción, en pocos días se hizo enormemente popular.  El gran trampolín para su lanzamiento político fue el Milan habilmente apoyado por su imperio de comunicación. Su presencia en política estuvo rodeada de docenas de procesos por escándalos de todo tipo. Por corrupción de menores, escuchas ilegales, fraude fiscal, relaciones con la Mafia, negocios turbios y por el dudoso origen de parte de su fortuna. Un arcángel. A pesar de los numerosos procesos que encadenó, solo le condenaron por fraude fiscal, pero fue el principio de su decadencia.

Una vez en el centro de la arena política los contenidos de su mensaje fueron de un populismo de libro. Su mensaje fue simple como una línea recta: “Comunismo o libertad” fue su eslogan elaborado de distintas formas. Practicó el trumpismo, antes de que Trump apareciera en el horizonte político, pero no podemos situarlo en la extrema derecha, siempre respetó las reglas de la democracia, aunque su especialidad fuera contar chistes de alto voltaje sexual sobre mujeres, gays y  curas. Tuvo cinco hijos y la actualidad estaba casado con Marta Fascina, de 33 años.

No puede alinearse en la extrema derecha, pero a través de él la extrema derecha encarnada por Giorgia Melloni subió al poder y él junto con la Liga Norte contribuyó a articular el gobierno extremista que gobierna Italia.

A pesar de sus innumerables escándalos, los italianos le despidieron con enorme afecto y respeto. Le admiraban, encarnaba la imagen soñada por muchos italianos. Utilizó como viento a favor las emociones colectivas. No cabe duda qué después de una vida tan excesiva y espectacular, merece un tranquilo descanso. Cuando el ataúd salió de la catedral de Milán, en la plaza del Duomo estalló una sonora ovación como las que se oían en el campo cuando Van Basten metía uno de sus goles antológicos.

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