Opinión

La extrema derecha contamina Europa

El hecho es evidente. Las tesis que conforman el pensamiento y los axiomas de la extrema derecha se extienden por toda la geografía europea con distintos matices en cada país. Lo que en otro tiempo generaba miedo y rechazo, ahora se ve como una banalidad lógica. Los acuerdos entre la derecha y la extrema derecha para articular gobiernos y mayorías parlamentarias se multiplican en Europa. Nos preguntamos ¿cuándo empezó un movimiento tan perturbador? Aquí hay distintas opiniones, unos señalan al Frente Nacional de Jean Marie Le Pen en Francia, otros el neofascismo de Almirante en Italia o los movimientos independentistas con color racista en el norte de Italia.

A la vista de los movimientos ultranacionalistas en distintos países. Yo señalaría que la entrada del FPO de George Haider en el gobierno de Austria causó una consternación y un escándalo generalizados. Fue el hecho más visual de un gobierno de la extrema derecha. Ahora, 23 años más tarde vemos con naturalidad a Giorgia Meloni con su partido Hermanos de Italia, presidir el gobierno del país alpino sin que se nos corte la digestión. En Finlandia acabamos de ver como el partido de los Verdaderos Finlandeses formaba una coalición con el partido del pueblo sueco y finlandés más el movimiento de los cristianodemócratas para dar origen al gobierno más derechista de Finlandia después de la segunda guerra mundial. Lo inesperable ha pasado y está pasando.

A la vista de los que ha ocurrido y está ocurriendo, nos preguntamos de nuevo ¿Cuáles son los andamiajes ideológicos de este oleaje ultraderechista que agita el Viejo Continente? Pienso que los furiosos discursos anti-Islam, cargados de xenofobia contra la emigración árabe, allanaron las fosas ideológicas que separaban a las dos ramas del pensamiento en la gama de la derecha. Desde siempre, el solar sobre el que se han construido las alianzas entre la derecha y la ultraderecha es siempre el mismo, el de la emigración basado en el rechazo al extranjero y al diferente. Este el primer motor que generó la puesta en marcha.

Conviene decir que las ultraderechas tienen matices diferentes en cada país. En unos tienen un acento o un colorido que le distingue de los otros. Elementos de la guerra cultural forman parte de las distintas retóricas de los dirigentes considerados como ultras. El de Viktor Orban en Hungría y el de los polacos del PIS ponen énfasis en los discursos contra la igualdad. Otro rasgo que caracteriza a la ultraderecha es la defensa de los nacionalismos y el escepticismo hacia la construcción de la Unión Europea. Sienten simpatía por la Rusia de Putin, aunque muchos no se atreven a confesarlo por la brutal invasión a Ucrania.

Suecia, el espejo del socialismo democrático en el que se miraba con envidia el resto del mundo, acaba de dar vida a un gobierno formado por los conservadores, los liberales, los cristianodemócratas y la ultraderecha aglutinada en el partido Demócratas de Suecia (SD). Después del laborioso acuerdo, el negociador de la extrema derecha, Gustav Gellerbrant, manifestó: “En principio, nosotros hemos logrado imponer la política migratoria defendida por los Demócratas de Suecia”. Y añadió: “Parece increíble, pero es así”. Es lógica esta afirmación, ya que unos y otros defienden un cambio de paradigma, en materia de extranjería. Hace ocho años, el primer ministro conservador, Fredrik Reinfeldt pedía a los suecos que abrieran sus corazones a quienes pedían asilo, ahora el nuevo gobierno pide a los funcionarios que desaten una cacería contra los sin papeles, una idea impuesta por la extrema derecha. El esquema del anti- humanismo. El rechazo a los extranjeros había comenzado en Dinamarca con los nacionalistas del Partido Popular danés, los suecos entonces se escandalizaron, ahora les copian.

En Italia está sucediendo algo muy curioso. La ascensión al poder de Giogia Melloni y su partido Hermanos de Italia, una formación heredera del post fascismo ha cambiado sensiblemente la fogosidad de su discurso desde que se instaló en el poder. Las consecuencias de la pandemia y de la invasión de Ucrania le cortaron en vuelo a los discursos populistas de su primera época tatuados por un fuerte escepticismo frente a Bruselas y por sus declaraciones a favor de Putin. Ahora parece contenta de moverse en las coordenadas europeas y posicionándose a favor de Ucrania. Los doscientos millones de euros destinados a Italia por la Unión Europea han herido de muerte a sus clásicos discursos euroescépticos. Esto no quiere decir que haya abandonado las esencias de su identidad política, el nacional-conservadurismo. En los últimos tiempos ha propiciado los acercamientos al Partido Popular Europeo y en concreto a su presidente Manfred Weber. En este caso sucede al revés de lo que ocurre en otros países, la ultraderechista Melloni huye de su marginalidad radical para alinearse con la moderación.

En Alemania, los dos grandes partidos de centroderecha y el centro izquierda tienen las cosas muy claras, ambos le han puesto unas sanitarias líneas rojas a coquetear con los ultras del partido AfD (Alternativa por Alemania), cuyos postulados se mueven en las alas de la xenofobia y el antisemitismo de corte nazi. Actualmente, a este partido ultra, fundado en el año 2013, las encuestas le dan entre el 18% y el 20% en porcentaje de votos, casi a la altura de los socialdemócratas y por encima de los Verdes. Una barbaridad. El líder de la Unión Cristiano Demócrata, Friedrich Merz, sucesor de la señora Merkel, ha precisado que de ninguna manera cohabitará ni de lejos, ni de cerca con los xenófobos del AfD. Sus palabras fueron: “entre nosotros y ese partido no habrá la más mínima colaboración, ni en el Parlamento europeo, en el Bundestag o las Asambleas regionales”. Algo parecido proclamó el canciller Scholz.

En España podemos decir que los ejes de la ultraderecha giran alrededor de múltiples negacionismos. Niegan la violencia machista como si no se enteraran de que cada año mata a más de medio centenar de mujeres. Niegan el cambio climático como si no vieran cono la sequía convierte parte de nuestra geografía en desierto. O dicen cosas tan pintorescas como que las mujeres son más agresivas porque no tienen pene. Una reflexión que es pura ciencia empírica. Después de oírles, uno piensa como hay gente que pueda votar la barbarie. Como decía el torero: “hay gente pa to”.

Hace falta una cierta insolencia para apostar a la esperanza en este mar del mercado ideológico que agita Europa en este principio de siglo. A pesar de todo hay que apostar a la esperanza, confiando en que las grandes olas extremistas terminen engullidas por las arenas de interminables playas de silencio.

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