Opinión

Israel-Hamas, tiempos de terror

Nadie sospechaba en Israel que el amanecer del saBbat del día 7 de octubre marcaría el inicio de la tragedia. No existen palabras para contar adecuadamente el horror que desde entonces ha sufrido Israel y el que inmediatamente después padecen los palestinos de Gaza. El atentado de Hamás dejó en estado de shoc al pueblo de Israel y humilló a su gobierno y a sus servicios secretos. Por primera vez en la historia israelí, un grupo terrorista como Hamás entraba en su geografía masacrando y secuestrando a centenares de ciudadanos judíos. Algo nunca visto. Desconcertante.  Una nube de misiles surcaba el cielo en dirección a las grandes ciudades; la mayoría, casi la totalidad, fueron neutralizados por el escudo de hierro que protege los cielos de Israel. Los misiles procedían de la Franja de Gaza disparados por los milicianos del Hamas y milicianos de Hamas eran los que cruzaron por doce pasos abiertos en el muro de alambre y hormigón que separa Gaza de las tierras de Israel. Otros cruzaron el muro por el aire, volando en parapente. Lo que vino después ya se sabe, un elevado número de judíos muertos, heridos y secuestrados. Nunca Israel había dado una imagen tan clara de fragilidad. Todo había fallado en una de las zonas más vigiladas del mundo. Los servicios secretos como el Mossad, el de seguridad interior, Shin Bet y el militar Aman, no vieron, ni oyeron nada mientras el Hamás preparaba una operación tan compleja. Un golpe tan espectacular desnudó dos evidencias: una, que Israel no es una fortaleza inexpugnable, y la segunda, la de que nada se mueve en Israel que sus servicios secretos desconozcan.

Un grito unánime de cólera y de rabia agitó al pueblo judío. Venganza, una de las palabras más frecuentes en la Biblia cuando nos cuenta las guerras históricas de Israel, fue la exclamación más repetida. El gobierno de Netanyahu, el más ultraderechista y fanático desde el nacimiento del estado de Israel en 1948, falló en lo que había prometido con más insistencia, la seguridad. Para evitar la crítica, Netanyahu y su gobierno prometieron el exterminio de Hamás y de los que apoyaron su barbarie. El sentimiento emocional dominó desde ese día las decisiones gubernamentales y la opinión pública israelí. Primero se habló de una invasión a sangre y fuego de Gaza.  Y con ese fin el gobierno de Israel llamó a filas a 360.000 reservistas sobre un total de 460.000. La mayoría de los convocados fueron destinados a rodear Gaza con un sinnúmero de tanques y vehículos blindados, mientras la aviación bombardeaba de manera sistemática y brutal toda la Franja. Las bombas caían de una manera ciega, sobre hospitales, escuelas de las Naciones Unidas y diversos centros asistenciales. Nada se escapaba a los círculos de la barbarie. Vimos niños y ancianos descuartizados y moribundos, la multiplicación del dolor y del horror de civiles gazatíes. Parece que el objetivo final era preparar la entrada en Gaza de tanques y soldados en una operación terrestre y aniquiladora. A la pregunta de que cuando se produciría la invasión por tierra, la palaPara facilitar una hipotética entrada terrestre, Israel multiplicó los mortíferos bombardeos aéreos y un asedio por tierra y por mar digno de los más oscuros tiempos medievales. Les cortó la luz, el agua, los alimentos y las medicinas. En esa pequeña geografía de 360.000 kilómetros cuadrados viven dos millones y medio de personas, la mayoría en el norte, en la capital Gaza. El gobierno de Israel ordenó a los habitantes del norte que se desplazaran hacia el sur para facilitar la entrada por tierra. Los que decidieron abandonar el norte hacia el sur formaron innumerables caravanas de tristeza y desolación. Las tierras del sur son resecas, poco pobladas y solo ofrecen páramos inhóspitos para levantar tiendas provisionales. Viajaban en carros tirados por burros, en coches escasos de combustible y muchos niños colgados de los brazos de los padres. Hay que tener una imaginación muy insolente para ver en los ojos de esos niños un pequeño reflejo de esperanza. Gaza entera es un campo de concentración, por fuera lo vigilan los israelitas y en el interior desde hace 16 años los controla el Hamás. El tamaño de tanta violencia y tanto horror ha crecido por el sentimiento de fascinación por el mal. Una idolatría pendular de las gentes que habitan una geografía tan santa. Una santidad destructiva.

Al atardecer del pasado día 17, el presidente norteamericano, Joe Biden se dirigía hacia el aeropuerto para subir a bordo del avión presidencial que le llevaría a Israel. Era la primera vez que un presidente de los EEUU iba a esa zona entregada a las furias de la guerra. A esa misma hora un misil caía en el aparcamiento del hospital Al-Ahli de la ciudad de Gaza causando 471 muertos y un abultado número heridos. Era el cenit de una espiral de violencia, el do de pecho de la barbarie. Los efectos no se hicieron esperar, de una forma inmediata y espontanea por todo el mundo árabe se extendieron ardientes manifestaciones de cólera contra Israel. El presidente Biden, mientras su avión emprendía el vuelo iba sabiendo como como se desmontaba la agenda de su viaje y se reducción los ambiciosos objetivos que se había planteado. La reunión con el presidente egipcio Al-Sisi, con el rey de Jordania Abdalá II y el presidente de la Autoridad Palestina Mammud Abbas se suspendía a petición de los dirigentes árabes.  Su viaje quedó reducido a prestar un respaldo incondicional a Israel bajo del manto de un lugar común como la afirmación de que Israel tiene derecho a defenderse. Por supuesto que tiene derecho a defenderse, pero dentro de las reglas elementales del derecho humanitario. 

 Al igual que ocurre en las inundaciones donde los primero que falta es el agua potable, en las guerras lo primero que falta y se oscurece es la verdad. Es lo que está ocurriendo con el misil en ese hospital. Hamás culpa a Israel en Israel que fue un cohete sin rumbo disparado por la Yihad Islámica. El conflicto está en pleno incendio y amenaza con extenderse. Las milicias chiitas de Hezbolá instaladas en el sur del Libano, el grupo armado más poderoso de la zona, amenazan con intervenir. Los iraníes dicen que no se quedarán con las manos quietas si Israel entra en Gaza y los palestinos de Cisjordania podrían apostar por el combate. Toda esta rabia desatada puede proyectarse en atentados cometidos por lobos solitarios en toda Europa. Estamos viendo algunos casos. Para apagar las raíces de ese incendio se impone apostar por volver al proceso de paz de Oslo y la solución de los dos estados. Hay que terminar con el calvario de la población palestina.

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