Opinión

Jaque a Putin

Dimmitri Peskov, portavoz del Kremlin.
photo_camera Dimmitri Peskov, portavoz del Kremlin.

Lo inesperado se produjo y el mito de un Putin todopoderoso ha sido profanado. El pasado fin de semana, el aire de Rusia tuvo temblores de incertidumbre. Centenares de aviones y helicópteros, pertenecientes a las distintas élites del país, especialmente los oligarcas, volaban en busca de cielos más seguros, lejos de los dominios del kremlin. En Rostov, una ciudad de un millón de habitantes fronteriza con Ucrania, los soldados del ejército privado Wagner se amotinaban arengados por su propietario y jefe, Eugenio Prigozhin y se ponían en marcha por la autopista M4 que va hacia Moscú, sin encontrar apenas resistencia. En un primer momento, Putin amenazó a los amotinados con penas severas, después vinieron largas horas de oscuridad e inquietante silencio pobladas de rumores y noticias sin confirmar. Putin estaba ausente, decían que se había fugado a san Petersburgo.  Por la tarde del sábado las cosas se fueron serenando y de todas partes llegaban consignas de que un episodio tan breve como vertiginoso había terminado. Tanto el portavoz oficial del Kremlin, Dmitri Peskov como los diversos portavoces del ministerio de defensa consideraban el levantamiento como un episodio banal y cerrado. Los rebeldes de Wagner que avanzaban por la autopista M4, detuvieron su marcha cuando estaban a la altura de Lipestsk, a unos 300 kilómetros de Moscú.

A pesar de todo hay que enterrar y olvidar a los muertos, no conviene que perturben el discurso oficial de que ahí no ha pasado nada porque pasó mucho

El lenguaje del Kremlin cambio radicalmente. Pasaron de calificar de traidores a los amotinados a buscarles diversas salidas después de que depusieran las armas. Podrán marcharse a Bielorrusia, el feudo de Lukasenko, integrase en el ejército ruso o regresar a sus casas. La rebelión no fue un episodio retorico, se derramó sangre y en eso hacen varios comentarios en las redes sociales personar ligadas al ejército. Los Wagner derrivaron seis helicópteros y un avión en los que murieron todos sus ocupantes. A pesar de todo hay que enterrar y olvidar a los muertos, no conviene que perturben el discurso oficial de que ahí no ha pasado nada porque pasó mucho. La filosofía de que todo ha vuelto a la normalidad la encarnan las declaraciones del diputado, Andrei Kartapolov, jefe del comité de defensa en la Duma cuando dijo: “Las autoridades no tienen nada que reprochar a las milicias de Wagner. No ofendieron a nadie, ni causaron daños de ningún tipo.”

Sin duda el rápido cierre del conflicto de tan turbulenta rebelión armada, el episodio más grave de la era Putin, proyecta una imagen devastadora sobre el patrón del Kremlin. Hasta ahora había proyectado un imagen todopoderosa y hermética, un poder absoluto y sin fisuras que articulaba a todo el país. Nada estaba fuera de su omnipotente sombra. Con los poderosos oligarcas que se enriquecieron sin límites en las galerías de la autocracia del régimen había llegado a un acuerdo tácito. Ellos podían practicar toda clase de tropelías para multiplicar sus fortunas, pero sin perturbar sus postulados políticos. Cuando uno de estos oligarcas quebrantaba estas reglas, desaparecía de la escena en oscuras circunstancias. Hay muchos ejemplos.

Durante esas horas inciertas de sonoros silencios se debió negociar a marchas forzadas teniendo al presidente bielorruso Luckashenko como mediador. Por mucho que ahora destaquen su papel, todo el mundo sabe que Luckashenko es un muñeco de guiñol, en manos de Putin, y Bielorrusia un tenor del coro ruso. Decidir mirar hacia otra parte como están haciendo desde el Kremlin tiene entre otros objetivos salvar el prestigio de Putin y en cierta manera a Prigozhin. Sostienen que el objetivo de las iras de los Wagner no era derribar a Putin, ni siquiera lesionar su poder, la rebelión de Prigozhin y su ejército tenía en la diana al ministro de defensa, Sergei Shoigu, con el que Prigozhin mantiene una tensa rivalidad desde hace meses.

Con los poderosos oligarcas que se enriquecieron sin límites en las galerías de la autocracia del régimen había llegado a un acuerdo tácito. Ellos podían practicar toda clase de tropelías para multiplicar sus fortunas, pero sin perturbar sus postulados políticos

El ejército de mercenarios Wagner nació tutelado por Putin y también Putin apadrinó a Prigozhin en la construcción de su inmensa fortuna. Se conocieron en San Petersburgo hace una veintena de años. Era un empresario de caterings, de ahí que le llamaran el “chef de Putin” y Putin facilitó a sus empresas toda clase de concesiones y le estimuló en la creación de su milicia paramilitar. A Prigozhin, alguna prensa rusa, especialmente los medios digitales, le consideran un tipo grosero, primario, de modos gansteriles, pero carismático. El grupo Wagner apareció en el paisaje bélico en el 2014, cuando entró en combate para apoyar a las fuerzas separatistas del Donbás, un conflicto impulsado desde el Kremlin. Se trataba de un ejército secreto, desconocido entonces por la ciudadanía rusa. Eran soldados secretos al servicio de la Rusia de Putin en varios países de Oriente Medio y África. Operaban en países donde los soldados rusos no pueden estar como fuerza regular. No se sabe con exactitud con cuantos soldados cuenta. El ministerio de Defensa del Reino Unido cifra en 50.000 sus combatientes en Ucrania. Otros rebajan esa cifra a 25 mil. Todo es oscuro y tenebroso. En lo que coinciden casi todas las fuentes es que el 80% de sus efectivos fueron reclutados en las cárceles rusas convertidos en profesionales del disparo. Considerados los servicios que los Wagner han prestado a la política de Putin en el exterior y en la guerra de Ucrania no es probable que los disuelva, aunque serán siempre un cáncer dentro del edificio político que Putin ha construido.

Hasta ahora un cambio de poder en Rusia, era un tema impensable y una simple alusión a esa posibilidad era además de un tema tabú y un delito. El hecho de que los Wagner detuvieran su avance hacia Moscú no cambia en nada su significado. La revelación de que el régimen tiene muchos agujeros resulta evidente. La rebelión ha desnudado a Putin y esta revelación tendrá consecuencias. Después de perderle la cara a la situación, no puede recurrir al terror para salvarla, aunque esté furioso al ver que su imagen está en entredicho. Reconoció que Rusia ha estado al borde de la guerra civil y aunque, de momento, se ha evitado, la semilla de una posible lucha por el poder en el seno del Kremlin, queda y puede fructificar. Al paso de los días y los meses iremos conociendo las complicidades militares y civiles que tubo la revuelta de Prigozhin.

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