Opinión

Jerson, una tragedia para Putin


La reconquista de la ciudad de Jerson y de los otros 30 pueblos que se levantan a lo largo de los 5.000 kilómetros cuadrados situados a la derecha del río Dnieper y que ocupaba el ejército ruso obligado por la presión de las fuerzas ucranianas a retirarse a la otra orilla del río ha supuesto un gran triunfo para el gobierno de Kiev y una derrota sin paliativos para el Kremlin. Para Putin es una tragedia humillante que le convierte en sombra de sí mismo. En Hamlet vociferante dentro de los muros dorados el Kremlin. Es un hombre muy distinto del que el pasado 30 de septiembre decidía de forma unilateral anexionar a Rusia las provincias del Donbás y proclamar: “Jerson será rusa para siempre”. La conquista de Jerson cambia la fisonomía del conflicto, pero sobre todo supone un aliento de esperanza para los ucranianos. Tienen que frotarse los ojos para creer la epopeya que están escribiendo sus soldados al infligir una derrota tan seria al ejercito ruso, considerado el segundo más poderoso del mundo. Era claramente un mito exagerado que los ucranianos han destrozado y roto, poniendo en evidencia sus carencias y sus incapacidades estratégicas y tácticas. 

 La guerra desencadenada arbitrariamente por Putin el pasado día 24 de febrero, y que ha causado decenas de muertos y amargos pozos de dolor, vemos como en Jerson, durante dos o tres días, le han puesto un paréntesis a la desventura para recibir a los soldados ucranianos como grandes héroes de su liberación. Les rodeaban con abrazos de emoción, les colocaban en el cuello coronas de flores para terminar fundidos en largos llantos de agradecimiento. Se sentían liberados después de haber pasado nueve meses bajo una despiadada y brutal opresión rusa. La derrota y el retroceso de las tropas rusas nos da la dimensión del inmenso revés causado, tanto desde la vertiente militar como desde el paisaje  político para la idea de la  gran Rusia que Vladimir Putin trataba de vender a sus compatriotas y a la opinión pública internacional. La derrota militar es tan sonora y visible que empujó a Putin a un oscuro silencio que duró tres días, al tercero, para liberarse de la cólera ordenó un ataque masivo de misiles contra toda la geografía de Ucrania, desde el este al oeste y de norte a sur. Un diluvio de misiles, se calcula quemás de cien, cayeron sobre barrios residenciales y sobre todo centros energéticos. El objetivo es claro, quieren amontonar horror sobre horrores hundiendo en la oscuridad y el frío al pueblo ucraniano para de este modo quebrarles la esperanza y que se revuelvan contra su gobierno. No lo van a hacer, saben que pelean por una causa justa. En medio de tanta verbena de misiles rusos y contra misiles ucranianos volando cerca de las nubes, uno de ellos se extravió o lo extraviaron y terminó cayendo en territorio polaco, causando la muerte de dos campesinos. Se desató una tensión nerviosa en las cancillerías de toda la Unión Europea. El gobierno polaco dejó entrever que se trataba de un misil ruso y que estaba dispuesto a invocar los artículos 4 y 5 del tratado de la Alianza para activar los mecanismos de defensa mutúa. De ser así podría abrirse el complejo camino que podía desembocar en una tercera guerra mundial, aunque conviene precisar que las cosas no son tan fáciles. En Bali, donde están reunidos los líderes de los países del G-20, hubo momentos de inquietud y preocupación ya que en la mayoría de los medios mundiales se atribuía a Rusia la paternidad del misil extraviado. El globo se había hinchado mucho. Lo pincho el presidente norteamericano afirmado que no había pruebas sustanciales de que fuera ruso o disparado por Rusia. La opinión de Joe Biden se basaba en informaciones procedentes de los servicios secretos norteamericanos que siguen minuciosamente los avatares de esa guerra.

 Con el paso de las horas, las especulaciones se fueron calmando y racionalizando con serenidad. Polonia dejó de invocar artículos de la OTAN y los distintos políticos y opinadores empezaron a echar agua al fuego, en vez de gasolina. Al atardecer del pasado miércoles, la tesis más creíble y aceptada era que se trataba de un misil de fabricación rusa, perteneciente a las tropas ucraniana desde los tiempos en que Ucrania formaba parte de la Unión Soviética. Los ucranianos lo utilizaron para interceptar uno de los lanzados por las tropas rusas, chocaron en el aire y uno de ellos terminó en una granja de la frontera polaca causando dos víctimas mortales. Una desgracia.

A la vista de lo que está ocurriendo en los frentes de guerra y de los evidentes éxitos logrados por el ejercito ucranio se ha instalado en la opinión pública del país el eslogan: “no queremos la paz, queremos la victoria”. El presidente Zelenski cabalgando esta ola de entusiasmo, en las últimas declaraciones dejó claro que no está dispuesto a negociar con Putin, aunque lo estaría con otro líder ruso. Se comprende. Putin lo ha minusvalorado y despreciado demasiado, incluso le calificó de nazi, a él que es de origen judío. Vladimir Putin basa su poder en la propaganda y sed apoya en la fuerza de su sistema represivo. Juega a ser Pedro el Grande y no pasa de ser una caricatura de Iván el Terrible. Por primera vez después de escalar la máxima magistratura en el Kremlin, Vladimir Putin está poniendo su régimen y su clan en peligro mortal a causa de una guerra que el mismo quiso, planificó y  desató. Buscaba cambiar el régimen de Kiev y puede cambiar el de Moscú.

Antes escribí que la liberación de Jerson cambia la fisionomía del conflicto. Antes de la invasión de Ucrania por el ejercito ruso y después de que en 2014 Putin integrara Crimea en la Federación Rusia soñando en convertir la ciudad de Odesa  en capital de la Novorosia, los ucranianos se habían resignado al fatalismo histórico de perder la capital  en donde el poeta Puskin decía que se respiraba Europa. Ahora, después de la reconquista de Jerson, las sensaciones cambiaron, la reconquista de Crimea y su capital Odesa se ven como objetivos posibles. Los cañones ucranianos están a cinco kilómetros del canal que alimenta de agua la península y a la misma distancia del ferrocarril que facilita el avituallamiento de las tropas rusas. Crimea se convierte en la gran pieza a cobrar por las fuerzas de Ucrania y en la perla a defender por Moscú, porque si cae Odesa y Crimea, sin duda quedará herido de muerte el régimen de Putin.

Odesa es una ciudad mítica por muchos conceptos. Por sus bandidos, sus artistas, sus poetas y escritores, su genio judío y sus marineros náufragos. Puerto de un mar salpicado de brumas, de fabulas y milagros. Odesa es la perla del mar Negro donde se mezclan docenas de culturas milenarias. Tolerante, alegre y con una sonoridad meridional. Es lógico que unos quieran reconquistarla y otros retenerla. 

Te puede interesar