Opinión

Portugal, el perfume de los claveles

Fue una revolución en el sentido más profundo de la palabra “revolveré” (darle la vuelta) lo que se produjo el 25 de abril de 1974 en Portugal. Hizo 50 años el jueves pasado. Fue una revolución con una liturgia muy diferente a las revoluciones que ha habido a lo largo de la historia. No hubo olor a pólvora, ni sonidos de disparos y tampoco muertos. Los portugueses recobraron la libertad, después de 48 años de una dictadura tenebrosa y siniestra, la alegría inundó las calles de todas las ciudades del país. Le llamaron la revolución de los capitanes, porque capitanes eran la mayoría de los que protagonizaron la rebelión, aunque en un primer momento fue la imagen del elegante general Spinola, la que parecía cabecilla de la rebelión. No lo era, pero él aceptó el papel de abanderado y, al principio, parecía feliz ejerciéndolo. Nos recordaba a Vitorio de Sica en una de las disparatadas películas de enredo del neorrealismo italiano.

Los militares salieron de sus cuarteles a medianoche al son de la melodía de la canción “Grándola, Vila Morena,” compuesta y cantada por José Alfonso. Una canción tradicional, muy alejada del ritmo melódico de las marchas militares, mas bien reproduce el ritmo lento típico de los escardadores del Alentejo, cuando regresan de sus trabajos al anochecer. Para los progresistas portugueses, Grándola tiene todavía el mismo valor de esperanza que tuvo “Bella Chiao” para los partisanos italianos.

Las ciudades de Portugal se poblaron de soldados cargando con sus fusiles. La gente en onduladas mareas de entusiasmo salió   a las calles, rodeó con aplausos y abrazos a los soldados y colocaron en la punta de los fusiles claveles rojos (cravos en portugués). La revolución se convirtió en un perfumado jardín móvil. En el cielo de Lisboa reinaba un sol radiante y en las calles los fusiles en vez de balas llevaban claveles. La revolución a la portuguesa se repitió después en otros países como en Alemania con la caída del Muro de Berlín y después en los países del Este, cuando el sistema comunista se derrumbó como una hilera de fichas de dominó.

La revolución portuguesa fue una  exhibición de armonía estética, con una coreografía visual que parecía dirigida por un montador de ópera. El color rojo en la boca de los fusiles contrastaba con el gris monótono y opresivo del salazarismo. Era el salto del gris plomo al rojo agresivo. A lo largo de varias semanas, el poder en Portugal tuvo varios vaivenes. El artífice más reconocido como impulsor del golpe fue el comandante Otelo Saraiva de Carvalho, muy pronto promocionado a general. Pasados los primeros fervores y la borrachera de vivir en libertad, la Asamblea del Movimiento de las Fuerzas Armadas nombro a tres generales para que tomaran el poder político y el poder militar. Los tres generales eran: Costa Gomes como presidente, Vasco Gonçalves como jefe del gobierno y Otelo Saraiva de Carvalho como jefe del cuerpo de intervención rápida COPCON.

Costa Gomes defendía el pluripartidismo, los otros dos estaban más cerca de las tesis marxistas y las apuestas revolucionarias. En el paisaje civil, junto al ortodoxo partido comunista de Cunhal, tenía gran protagonismo el Partido Socialista portugués liderado por Mario  Soares, alineado con los partidos socialdemócratas europeos. Armonizar el ejercicio del poder entre los tres generales no iba a ser fácil y terminó siendo imposible, y Portugal necesitaba una gran coherencia operativa en lo político y económico si quería ponerle una barrera al deterioro que empezaba a manifestarse en los dos frentes. Por otra parte los socialistas y los comunistas se enzarzaron en una lucha descarnada por el poder. Poco a poco, el ejercicio de la democracia a través de las urnas fue colocando  a todos en su sitio. El

Partido Socialista empezó a ganar elecciones y Mario Soares se fue consolidad como el líder que el país necesitaba. Primero como primer ministro y después como presidente del país. Los sarampiones fervorosos de juventud fueron pasando y Portugal se articuló en la órbita global de la socialdemocracia durante muchos años.

Con motivo de la conmemoración del reciente 25 de abril, hemos leído en la prensa del país los recuerdos emocionados de los que vivieron con pasión y esperanza aquella fecha histórica,  Son los mismos que en las elecciones generales del pasado día 10 de marzo vieron con repugnante asombro como un partido de extrema derecha populista, racista y xenófobo como Chega obtenía el 18% de los votos y 50 escaños en una Asamblea de 230 miembros. Chega, liderada por el periodista André Ventura, defiende los esquemas simplistas clásicos de la extrema derecha. Negacionista del cambio climático, de la violencia machista y fervorosa religiosidad cristiana, aunque su discurso sea profundamente anticristiano en sus tesis racistas.

André Ventura manifestó su disposición a entrar en un gobierno presidido por Luis Montenegro, líder de la derechista Alianza Demócratica que ganó las elecciones al obtener 80 diputados, sólo dos más que el Partido socialista que obtuvo 78.

Durante la campaña electoral, Luis Montenegro manifestó rotundamente que no pactaría ningún gobierno con la extrema derecha de Chega. Por su parte el nuevo líder socialista Pedro Nuno Santos contribuyó  a que pueda mantener su promesa al proponerle a Montesinos a colaborar con él para mantener a Chega lejos del poder. Está dispuesta a negociar la aprobación de los presupuestos y las leyes más importantes. De momento ya aprobaron un turno rotatorio para repartirse temporalmente la presidencia de la Asamblea Nacional, Durante dos años la presidirá un socialista y los otros dos un conservador. Muy distinto a lo que está sucediendo en España.

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