Opinión

Putin, la victoria forzada

El presidente de Rusia, Vladimir Putin.
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Durante los tres días en que las urnas estuvieron abiertas, el ejército ruso multiplicó sus acciones bélicas 

Después de tres días de votaciones a lo largo y ancho de Rusia, el pasado domingo 17 de marzo por la tarde, el Kremlin dio con gran entusiasmo los primeros resultados y el lunes los completó. Putin venció con el 87% y brindó por el rotundo éxito obtenido y que le asegura seis años más en el poder. Claro que los resultados no fueron el fruto de unas elecciones libres sino el corolario final de una serie de irregularidades y presiones para eliminar a los posibles adversarios de Putin. La última de sus víctimas y el más sólido de sus adversarios fue Alexei Navalni, asesinado en una lejana y fría cárcel de Siberia. Los resultados fueron los esperados teniendo en cuenta el carrusel de propaganda y desinformación con los que el régimen orquestó todo el proceso electoral.

La primera vez que Putin luchó por el poder en las urnas fue en el año 2000 y obtuvo el 53% de los votos, ahora subió al 87%. Un salto con pértiga. Espectacular. Un auténtico plebiscito que a los 71 años le consagra como auténtico líder nacional como le califica la devota televisión rusa. En esta ocasión también mejora el último porcentaje de 2018, cunando obtuvo el 76% de los votos. No cabe duda de que cada año domina con más eficacia la maquinaria electoral y la represión sobre los oponentes. Estará en el poder hasta 2030 y no hay que descartar que ese año le rompa de nuevo las costuras a la constitución para optar a un nuevo mandato que le llevará a mantener el poder hasta el año 3036.

Durante los tres días en que las urnas estuvieron abiertas, el ejército ruso multiplicó sus acciones bélicas en el sur del país, atacando con drones, tanques y misiles a la resistencia de Ucrania, sabiendo que las muertes de enemigos sumarían votos a su favor. Este clima de tensión exacerbada reforzó el apoyo a Putin. La propaganda rusa omnipresente en todo el país ha conseguido que lo que era una brutal invasión de Ucrania se vea como una respuesta a una agresión occidental y en una guerra de conquista en un combate por los valores tradicionales y la soberanía de Rusia. 

En la conferencia de prensa que Putin dio para celebrar los resultados, dijo que un éxito tan espectacular se debía a su política de defensa con las armas en la mano del derecho de su país a extenderse. Habló del poder ruso y aludió a la guerra como una posibilidad, proclamando que Rusia sería invencible y que estaba preparada para el combate, sin descartar la posibilidad de una guerra atómica. Putin pronuncia la palabra guerra con una frivolidad banal. Ignora que la palabra guerra tiene todas sus letras ensangrentadas y las siglas repletas de terror y barbarie.

Bajo las grandes palabras, los rusos viven unas notables carencias cotidianas. No supo gestionar, ni poner en marcha una diversificación económica, sigue viviendo de las rentas aportadas por los hidrocarburos. Somete el país a un clima de guerra permanente, en donde incluso está prohibido pronunciar la palabra guerra, acudiendo el eufemismo de operación especial. 

No enseña los cadáveres de los soldados que mueren en el frente, los oculta pensando que de este modo también oculta el dolor. La escalada de la guerra obliga a reclutar soldados en las cárceles y en los rincones más alejados de país. La industria rusa es incapaz de fabricar les armas que necesita un frente de casi mil kilómetros. Por eso negocia con China y Corea del Norte para que se las suministren. Los drones los recibe de Irán. Son muchos los jóvenes de las élites urbanas que huyen para evitar ser llamados a filas e ir a los frentes bélicos.

Toda la propaganda de Putin está encaminada a convertir la conquista de Ucrania en una cruzada antioccidental. Con esta estrategia trata de ganar el apoyo de lo que llamamos el Sur Global, nos países más marginados y que Fanón calificó como los condenados de la tierra. En concreto los de Sahel africanos, especialmente Niger, Malí y Burkina Faso donde malviven comunidades musulmanas que cultivan un rencor secular contra Occidente. Putin no puede pasearse por el mundo como le hubiera gustado. Teme ser detenido porque sobre él pesado una orden de arresto emitida por la Corte Penal Internacional por crímenes de guerra. Por eso sus viajes al exterior son muy calculados y restringidos.

La posición belicista de Rusia está contribuyendo a que cada vez sean más las voces y mas fuertes de lideres occidentales que pregonan la necesidad vital de parar el expansionismo ruso. La OTAN, la bestió negra de Putín consolida cada vez se siente más unida por una necesidad vital de supervivencia. En los últimos tiempos ha sumado dos nuevos miembros a la Alianza, dos miembros limítrofes con Rusia, Suecia y Finlandia.

El presidente Macron ha elevado el listón verbal contra las políticas de Putín, teniendo en cuenta que si gana Trump las próximas elecciones en EEUU, los Estados Unidos se alejarán de Europa y se acercarán a Rusia. Nadie sabe hasta donde puede llegar Trump en sus apuestas enloquecidas. Macron ha verbalizado la posibilidad de que soldados de la OTAN combatan en territorio ucranio. No se puede tolerar que Rusia gane esta guerra, sería la derrota de Europa. En tono análogo también se manifiesta Josep Borrel, Alto Comisario para la política exterior europea.

Se respira un clima prebélico. No se si estallará una nueva guerra mundial, pero no hay razones, ni argumentos para descartarla por completo. Si hay una nueva guerra que enfrente a los dos grandes bloques, será totalmente distinta a las que ha habido a lo largo de la tormentosa historia de la humanidad. Será la definitiva. El fin de la historia que conocemos.

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