Opinión

Trump naufraga, Biden resiste

Los éxitos y los fracasos se miden en función de las expectativas que se tengan. Este es un principio básico a la hora de cuantificar y valorar los resultados de unas elecciones. Lo acabamos de ver al valorar los resultados de las elecciones de mitad de mandato celebradas el pasado martes, día 8 de noviembre, en los Estados Unidos de América. En el bando demócrata había un clima de pesimismo, de resignación ante una aceptada. Biden atravesaba un gran bache de popularidad, se le veía flotando en una nube de despistes, de evidente fragilidad en consonancia con sus ochenta años, un día caí tres veces al subir las escaleras de un avión, otro se iba al suelo mientras montaba en bicicleta y cuando terminaba un discurso no encontraba el camino para salir del escenario. Estas circunstancias auguraban el peor de los presagios. En el bando republicano la amplia facción pilotada por el estridente extremismo de Donald Trump hervía de triunfalismos. Había motivos para una euforia tan desmesurada. En las primarias los candidatos republicanos más radicales apadrinados por Trump lograron la nominación. Sobre esa euforia flotaba el optimismo del expresidente proclamando que el próximo martes día 15 anunciará una noticia trascendental entrante, un anuncio que era un secreto a voces, su candidatura a luchar por la presidencia en 2.024.

Tradicionalmente las elecciones que se celebran a mitad de mandato suelen despertar poco interés y escasa afluencia de votantes a las urnas. En esta ocasión fue diferente, la participación de Obama y de Clinton en la campaña convirtieron esta elección en una de las más importantes de todos los tiempos. Los oradores demócratas instalaron en la opinión pública que la cosa no iba de demócratas, ni de republicanos porque lo que estaba en juego era la democracia en los Estados Unidos. Trump seguía martilleando la cantinela de que le habían robado las pasadas elecciones presidenciales y a pesar de que muchos de sus candidatos siguen aferrados a esa tesis cada vez van disminuyendo los votantes que la apoyan. En cambio, va quedando cada día más claro que trató de dar un golpe de estado alentando el asalto al Capitolio, que se llevó documentos con secretos de Estado a su casa y que es un defraudador sistémico de impuestos, con varias causas pendientes en los tribunales. Un personaje sin escrúpulos, un amoral sin códigos éticos.  Estas circunstancias contribuyeron a que los estadounidenses salieran a votar en masa el pasado martes. La democracia estaba en serio peligro. Al saber que 41 millones de estadounidenses habían votado por adelantado, en persona o por correo, muchos observadores empezaron a sospechar de que tuviera lugar una marea republicana del ala liderada por Trump que lo teñiría todo de rojo (el color del trumpismo). Una victoria de Trump condicionaría las políticas del actual presidente, frenaría sus medidas sociales y pondría en peligro la ayuda Ucrania. Dos días antes de la jornada electoral se citaron en Pensilvania los últimos tres presidentes de los Estados Unidos. Por un lado, Biden y Obama aparecían en un mitin demócrata en Filadelfia, mientras Trump lo hacía en las afueras de Pittsburg. Los discursos mostraron dos mundos muy diferentes.Mientras Biden y Obama hablaban de los peligros que corría la democracia, del aborto, de la sanidad pública, de las armas de fuego; Trump en Lastrobe seguía proclamando que había ganado las últimas elecciones ante un público fanático formado en su mayor marte por republicanos MEGA (la corriente republicana trumpista que deriva del lema de Trump: “Make America Great Again”). Pintó un paisaje apocalíptico que terminó con el diagnóstico: “Este país se va al infierno”. En el mitin también dejó claro que si ganaban los republicanos se debía a su impulso, mientras qué si perdían, él tenía poco que ver con la derrota. 

A la hora en que escribo, tres días después de celebrarse la jornada electoral, todavía desconocemos los resultados definitivos, algo difícil de comprender en la primera potencia informática del mundo, especialmente si comparamos esta tardanza con la rapidez con que conocemos los resultados de nuestros procesos electorales y cuyos resultados se conocen al completo antes de dos horas después de cerrar las urnas. A estas horas, sabemos que los demócratas han resistido el desafío, que en el Congreso han ganado los republicanos, aunque con menos escaños de los que le pronosticaban las encuestas y que todo es posible en el Senado, aunque lo más probable es un triunfo demócrata. También sabemos que Trump anda rabioso y con los nervios rotos ante el fracaso de los cachorros de su camada. Pero su rabia la provoca uno de los suyos porque puede desbaratar sus sueños de futuro presidencial. Hablo de Ron DeSantis, la estrella ascendente en el firmamento republicano, brillante triunfador en la elección a gobernador de Florida. El triunfo de DeSantis en Florida fue unánime en todos los pueblos y ciudades. DeSantis encarna la derecha dura de los republicanos, pero ajena a las bufonadas de Trump. En los inicios de su carrera le apadrino Trump, pero se alejo de su influencia a medida que se dio cuenta del comportamiento estrafalario del ex presidente. Tiene 44 años y ha cobrado una estatura nacional que le convierte en la única alternativa para disputar la alternativa a Trump en el campo republicano. En las ultimas semanas las relaciones entre los dos hombres son más tensas y agrias cada día. Es posible que en la estrategia de Trump esté anunciar su candidatura a la presidencia de los Estados Unidos el próximo martes, en su casa de Mar a Lago, en Palm Beach (florida) para cortar los movimientos de apoyo como candidato republicano a las próximas presidenciales. Ron es un bebé de Trump, pero de maneras mas refinadas y por eso puede seducir a muchos republicanos que rechazan los comportamientos rocambolescos de Trump.

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