El gran científico inglés Charles Darwin (1809-1882) es conocido por su obra El origen de las especies, en la que plantea, poco más o menos, que todos los organismos han evolucionado a partir de un antecesor común por medio de un proceso de selección natural que da lugar al nacimiento de nuevas especies. La tesis de tan eminente pensador, cuyos restos mortales reposan en la Abadía de Westminster, es aún hoy en día rebatida por algunos que no han evolucionado. Días atrás he tenido la oportunidad de comprobar aquí, en Ourense, que la teoría de la evolución es cierta y que incluso Darwin se quedó corto en sus conclusiones con respecto a nuestra fauna, y para que ustedes vean que esto es así, les expongo dos ejemplos que he podido constatar personalmente, los dos referidos a diferentes aves.
El primero ocurrió en una instalación deportiva de Ourense, sita en plena naturaleza, donde se han construido unas canchas de pádel con cierre de cristal. Pues bien, hace unos meses presenciábamos un partido un grupo de espectadores cuando un pájaro salvaje, tipo milano, que hacía un vuelo rasante y despreocupado, se estrelló contra la pared de cristal, cayendo inmediatamente fulminado. Fue tal el golpe que uno de los jugadores preguntó que había sido ese ruido, a lo que un espectador contestó: nada, un suicidio. Este hecho demuestra que al milano en cuestión no le dio tiempo a mejorar su sentido de la vista para ser capaz de distinguir si hay o no un obstáculo de cristal. Cuando lo hayan desarrollado, dentro de muchos años, tal vez surja una nueva especie de milano. Mientras esto ocurre comprobé que los demás milanos, a la vista de lo que le pasó a su infortunado compañero de especie, han decidido dar una vuelta para evitar el cristal, lo que demuestra que, aunque no han evolucionado para verlo, tontos no son. Con todo el caso más curioso, que sin duda dejaría sorprendido al mismísimo Darwin, es el de las palomas de nuestro Parque de San Lázaro y alrededores. Aquí sí que se ha producido una evolución en toda regla y además absolutamente novedosa. Anatómicamente las palomas de Ourense en nada se distinguen de las de otras ciudades, tienen las mismas patas, las mismas plumas, el mismo pico
Donde sí han evolucionado es en dos de sus sentidos, el del gusto y el de la curiosidad. Dicha evolución ha sido meteórica. Como todo el mundo sabe las palomas se han alimentado de toda la vida de granos y semillas, hasta que las del Parque de San Lázaro han empezado a hacerlo de patatas fritas, es decir, han cambiado su gusto. Claro que para poder atiborrarse de patatas fritas algunas han desarrollado una característica psicológica indispensable, la del desparpajo, porque a veces solo les falta sentarse en las sillas de la terraza y apoyar el ala en el reposa brazos. El desarrollo de su sentido de la curiosidad lo he podido comprobar el otro día cuando estando en una cafetería entró una paloma volando hasta la barra, donde había un plato con patatas y una copa de vino ribeiro. Después de posarse y picar algunas se quedó mirando la copa de vino e incluso acercó el pico, yo creo que para oler el ribeiro. A mí, sinceramente, me dio la impresión de que le gustó el olor de la copa. La paloma, después de algún revoloteo dubitativo, salió volando por donde había entrado con cara, o más bien pico, de haber hecho un gran descubrimiento. Les confieso que me quede preocupado, porque como a las palomas se les ocurra atravesar esa barrera y probar el ribeiro (será más o menos como cuando Baumgartnet atravesó la barrera del sonido), ya no podremos descartar que algún día las palomas organicen un botellón en el Parque de San Lázaro.
Si esto ocurre quedaría demostrado que la paloma común, científicamente denominada Columba Livia, habría evolucionado en Ourense hacía una nueva especie que probablemente se llamará Columba Ribeirus, y la teoría de la evolución del gran Darwin quedaría plenamente confirmada en el Parque de San Lázaro. No descarten que la BBC haga un reportaje sobre el curioso caso de Ourense.
