Opinión

MISERICORDINA

Se dice que Francisco fue uno de los papables en el cónclave que eligió a Benedicto XVI y que incluso se retiró de la elección facilitando así la de Ratzinger. Si les digo la verdad, el día que Francisco fue proclamado papa, en un intercambio de mensajes por WhatsApp con mi hermano, le dije que la pobreza había llegado al Vaticano porque era conocido que el cardenal utilizaba el autobús en Buenos Aires, se preparaba su cena y no tenía secretario, lo que es todo un estilo de vida. Creo que cuando el cardenal Bergoglio regresó a Argentina después de la designación de Benedicto XVI, meditó en silencio cómo hubiese hecho él las cosas si lo hubiesen nombrado papa, y que ese pensamiento fue lo que hizo que cuando fue elegido, sin duda algo insospechado, todos sus actos, palabras y gestos fuesen novedosos para los demás pero muy pensados por él; no porque los tuviese planeados, sino porque obedecían a una reflexión libre derivada de su convencimiento de que ya no sería papa, y a su creencia radical en el valor de las actitudes y la cercanía a la gente. Tal vez se estaba preparando inconscientemente para ser papa sin creer nunca que lo iba a ser, hasta que ocurrió lo inesperado y se abrió una nueva posibilidad.


Creo que Francisco, antes de llegar al papado, estaba convencido de que lo que hicieron Juan Pablo II y Benedicto XVI (centrar bien el mensaje del Concilio) era necesario, pero que ahora había llegado el momento de volver al método original de propagación del mensaje, el que utilizó el Maestro: la palabra, los gestos y las actitudes, y que estos tenían que llegar a la gente no a través de la lectura, sino a través de la vista y los oídos. Se puede hablar de cercanía a los enfermos, de pobreza y de muchas otras cosas en un documento, pero lo que entra por los ojos y los oídos tiene más fuerza de convicción, es más natural y llega más al interior de la gente.


Ver al papa viviendo en una residencia comunitaria lo hace más sencillo; decir la misa diaria en una iglesia y dar una breve predicación como si fuera un párroco, lo aproxima a la gente; moverse en un Ford Focus o un R-4 (renunciando a un súper Mercedes) nos da a todos una lección de humildad; ver al papa abrazar a una persona con una terrible enfermedad, totalmente desfigurada y llena de llagas nos recuerda a Jesús cuando se acercaba a los leprosos de su tiempo, temidos, marginados y excluidos. Recientemente el papa repartió entre los asistentes al Ángelus unas 20.000 cajas rotuladas con la palabra 'Misericordina' como si fuera un medicamento, que incluían un rosario y un prospecto para el uso adecuado de los sacramentos. Esto no solo invitaba a pensar qué es la 'Misericordina' y a leer el prospecto, sino que estoy seguro que hizo sonreír a todos los que recibieron una caja porque seguramente pensaron que además de saber transmitir el mensaje también sabe hacer reír a la gente. Francisco es un papa excepcional.

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