Un amigo psicólogo me explicó la teoría de la atribución, de la que fue autor otro psicólogo, el austriaco Fritz Heider, y que, referida a personas, podría resumirse en el carácter o personalidad que cada uno de nosotros atribuye a los demás, cuando lo cierto es que solo nosotros nos conocemos de verdad, de tal manera que la imagen que uno tiene de otra persona no tiene por que coincidir con su verdadera personalidad. En Galicia tenemos dos paradigmas de la teoría de la atribución: uno era Manuel Fraga, ya fallecido, y otro Xosé Manuel Beiras.
Fraga fue una persona con un carácter vehemente, seriedad máxima, capaz de enfrentarse él solo a los reventadores de un mitin y hacerlos huir, de verbo encendido y difícil de seguir y al que, en frase de Felipe González, le cabía el estado en la cabeza. Frente a esta imagen se podía vislumbrar otra personalidad, la del hombre capaz de llorar en público por el fallecimiento de un familiar, de hacer una queimada para utilizar el color azulado de su fuego como lugar de entendimiento o de jugar con sus nietos. Beiras, actualmente renacido de sus cenizas políticas, trasmite una imagen explosiva, fue capaz de acusar a Feijóo de genocida, de sacar un zapato en el Parlamento gallego para golpear su mesa y protestar y solo le faltó decir, la noche del 21 de octubre: Sancho, con Feijóo atopámonos. Pero su imagen pública hay que completarla con la del hombre que habla varios idiomas, culto, pianista, amante de la Galicia rural y en el fondo un don Quijote galaico (dicho en el mejor de los sentidos). Ambos son dos personalidades carismáticas que solo se pueden comprender plenamente completando la personalidad que los demás les atribuimos con la suya verdadera.
Me sirven estos dos ejemplos para referirme ahora a la teoría de la atribución relacionada con Ourense, para lo cual no me queda más remedio que dar un salto psicológico en el vacío. Con Ourense pasa lo mismo que con las personas, una cosa es la imagen que proyectamos hacía las personas que nunca han estado aquí y otra la que observan los que nos visitan. Si alguien nunca ha estado en Ourense y estudia las estadísticas obtendrá la imagen de una provincia deprimida, con poca industria, con pensiones muy bajas, con la tasa de natalidad hundida, un campo abandonado y
en fin, poco menos que un desastre. Pero esa imagen estadística se completará si un amigo nos visita. Para empezar entrará en Ourense por una magnífica autovía y se encontrará con otra que le lleva directamente a Santiago, descubrirá que tenemos un AVE particular, ahí es nada, para los de Ourense-Santiago-A Coruña, se quedará perplejo cuando descubra la Ribeira Sacra y sus monasterios, se asombrará con la comarca del Ribeiro y, si viene en el Carnaval, creerá que aquí hay una sucursal de Brasil. Verá nuestro Parque Tecnológico de Galicia y unas empresas textiles de las mejores del mundo. Si además lo llevamos a Playa América quedará encantado de ver el mar, aunque es probable que nos pregunte: ¿Pero esta playa no pertenece a la provincia de Pontevedra?, y claro, cualquier ourensano le dirá que sí, pero le explicará que es como una colonia de Ourense (tipo Peñón de Gibraltar), porque en el verano hay más ourensanos por metro cuadrado en esa playa que en toda la calle del Paseo.
Y cuando nuestro amigo haya descubierto todo esto lo podemos llevar a ver la ciudad y a cenar a la calle de los vinos y entonces, después de ver el ambiente, probablemente preguntará: ¿Pero Ourense no estaba deprimido?, a lo que seguramente alguien le contestará: Home un pouco, pero xa sabes que unha cousa e a realidade e outra a imaxen. Ya lo dice el dicho: Tres cousas hai en Ourense... que hai que arranxar: o claustro de San Francisco, o cárcere vello e aperturar a praza de San Martiño entre Santa Eufemia e a Catedral. El día que lo hagamos nuestro amigo, sin duda, dirá: En Ourense se cumple la teoría de la atribución, porque es mejor de lo que imaginábamos. Y es cierto, porque a lo malo hay que sumarle bueno, y así el resultado es justo.
