Opinión

A la espera de la recidiva catalana

No es de creer que finalice hoy e incluso es de temer que no lo haga de modo que no cese el lavado de conciencia política colectiva al que hemos estado sometidos durante las últimas semanas desde que el bicho independentista picó a los catalanes y las cadenas de televisión, las emisoras de radio y en menor medida la prensa escrita, la emprendieron, hasta hartarnos, con el recurrente tema del independentismo. A estas alturas de sus discursos no se sabe ya si estos fueron para convencernos de lo malos que son los catalanes y lo buenos que somos el resto de los españoles o si, bien al contrario, lo pretendido era que acabásemos todos hablando en catalán y haciendo propio el maximalismo que ha movido las más de sus acciones políticas últimas equiparables tan solo a las seguidas por losa más de los medios se diría que a instancias del gobierno central.

Hemos presenciado los paseíllos de Oriol Jonqueras y Carles Puigdemont, asistidos por sus respectivas cuadrillas, yendo camino de la Audiencia, saliendo de ella, encaminándose hacia sus prisiones o paseando por Bruselas, los hemos visto más veces, muchas más veces, que a cualquier ministro o cantante en lo que va de año teniendo en cuenta que este está ya finalizando. Nunca, nunca jamás, se ha oído hablar tanto en catalán en la televisión y tampoco nunca, nunca, nunca, hemos presenciado un proceso de inmersión lingüística tan constante y machacón como el que hemos venido padeciendo. Como parece ser que gallegos y vascos no nos apuntamos al independentismo -la verdad es que los gallegos no solemos apuntarnos a demasiadas cosas y solo acostumbramos a recibir órdenes, consúltense los manuales de Historia- no vamos a disfrutar de la difusión de nuestros respectivos idiomas nacionales que han disfrutado los supuestos colegas catalanes.

Debo reconocer que en los ya largos años de mi vida solo experimenté cierto hálito de esperanza cuando los gallegos salimos a la calle reclamando contra el agravio comparativo que Pérez-Llorca y Alfonso Guerra querían aplicarnos. ¡Como se equivocaron al querer separar a Galicia de la triada de las nacionalidades históricas! ¡Cuánto, cuando en connivencia con el ministro Arévalo aplicaron el llamado Café para Todos creando las diecisiete autonomías que, amén de otras razones, han conducido a Cataluña a querer siempre distanciarse y situarse por encima!

Únicamente en aquellos días (véase y compruébese en la prensa de tal época) salimos cientos de miles de gallegos a las calles reclamando ser nosotros mismos. Nosotros, los únicos de los tres países españoles, que habíamos constituido un reino propio, ya desde la época de los suevos, según nos lo recuerda en estos días una más que oportuna exposición sita en el antiguo Edificio Simeón hoy conocido como Centro Cultural Marcos Valcárcel y celebrada bajo el patrocinio de la Diputación ourensana y que tanto hubiera hecho disfrutar al malogrado Marcos Valcárcel.

No es de suponer que "el tema catalán" quede solucionado hoy con las votaciones que se estarán celebrando cuando usted, lector amigo, esté leyendo estas líneas. Lamentablemente no ha de ser así. La sociedad catalana está lo suficientemente dividida y fraccionada como para que nadie imponga la independencia a la mitad de los catalanes que no la quieren y, por idéntica razón, nadie podrá exigirle a la otra mitad que la olvide definitivamente, y para siempre jamás, bajo la amenaza de ese 155 que a mí me recuerda aquella galleta que se anunciaba en televisión con un soniquete que decía algo así como !222, la galleta que se pide por su número! Disimúlenme la frivolidad.

¡Como se echa en falta, o al menos como lo hago yo, el sentido de arbitraje y moderación seguido siempre por el que ya podemos Rey Viejo al mostrarse siempre como rey de todos los españoles y recorrer toda nuestra geografía, la de las cabales y completas Españas, hablando en las distintas lenguas españolas y moderando, arbitrando siempre entre las distintas y legitimas tendencias que a todos nos empujan sin alinearse nunca con ninguna política de partido o de gobierno.

Hoy no se acaba el tema catalán, tengámoslo en cuenta, porque ha de recidivar como unas tercianas y así ha de estar haciéndolo hasta que se produzca un diálogo en el que los dos puntos de vista encontrados estén dispuestos a ceder en sus pretensiones. Un buen pacto es siempre aquel que no deja completamente satisfechas a ninguna de las partes porque las partes en litigio han tenido que ceder.

El problema es que aquí parece que nadie quiera hacerlo, que nadie quiera ceder y que todos pretendan que siempre se ha arreglar todo con dinero o con una solemne bajada de pantalones. ¿Con más dinero del ya empleado? Con dinero o con jueces. ¿Con más articulado y más jueces? Creerlo o pretenderlo así, que esa es la impresión que resulta de lo hasta ahora vivido es lo que, precisamente, nos ha traído  as estos días y a esta desesperanza. Ambas partes se han retroalimentado la una a la otra. Es hora de empezar a hacer política, de empezar a razonar políticamente olvidándose de autoritarismos y chalaneos por mucho que se haya prendido disfrazar democráticamente ambas actitudes y similares y equivalentes comportamientos. Si hoy las urnas no dejan las cosas claras y es de temer que no lo hagan, es hora de sentarse serena y calmosa y tranquilamente a hablar. De una puñetera vez.

Te puede interesar