Opinión

La chapuza de una votación

La elección del republicano George W. Bush como presidente frente al demócrata Al Gore, acabó convertida en el símbolo de la confusión y la chapuza a la que puede llegar a descender una votación, comparable a la del pasado 3 de febrero en el Congreso de los Diputados, con el decreto de la reforma laboral. Aquel episodio también pasó a la historia por la forma en que rápidamente se judicializó. Nos retrotraemos a Florida, 7 de noviembre de 2000, la diferencia eran unos cientos de votos y la clave no era qué había votado la gente, sino qué querían votar. Como el diputado Alberto Casero que metió la pata con el sentido de su voto y lo hizo en varias ocasiones en esa misma sesión. 

El día de las elecciones, poco después de cerrar los colegios, todas las grandes cadenas de televisión vaticinaron que George W. Bush ganaría Florida. La elección quedaba pendiente de ese estado, el que ganara allí sería presidente. Conforme avanzaba la noche se iba complicando. Fox News entrada la madrugada, en un alarde informativo, fue la primera en dar ganador a Bush. El resto de televisiones, aunque más tarde, dieron el mismo pronóstico. Gore llamó a su rival felicitándolo. Apenas 45 minutos después, Gore se dirige a dar su discurso para admitir la derrota, cuando le paran de camino. Lo de Florida no estaba claro. La ventaja se había reducido mucho. En un gesto inaudito, Gore llama de nuevo a Bush, se retracta y no le concede la victoria. Las televisiones empiezan a echarse atrás en sus proyecciones sobre Florida. El país se despierta sin saber quién es el presidente. Bush era el ganador porque lo había dicho la televisión y Gore estaba poniendo problemas, como un mal perdedor de póker. En Palm Beach, donde hay una gran comunidad de jubilados judíos y afroamericanos, aparecen un montón de votos para Pat Buchanan, un candidato ultra reaccionario, acusado de antisemita y racista. Estados Unidos utiliza las llamadas papeletas mariposa, una papeleta que se dobla por la mitad y en la que el circulito para votar por Gore está al lado del de Buchanan. Comienzan a recibirse quejas diciendo que la gente ha votado confundida por la papeleta. 

A esta circunstancia se añade un fallo técnico. ¿Les suena lo del fallo técnico? El voto se realiza con una máquina que perfora el agujerito al lado del candidato. Pero pronto se descubre que hay papeletas, a medio perforar, con el trocito de papel colgando o papeletas en las que se ve claramente que ha sido percutido pero no se ha desprendido, por lo que las máquinas de recuento no lo contabilizan. Miles de papeletas son objeto de discusión. El 9 de noviembre, Gore pide un recuento. El cómputo automático revela el 10 de noviembre, que la ventaja de Bush es de 327 votos, ¡de los seis millones de sufragios emitidos en Florida! Las demandas de recuentos por parte de Gore se extienden a otros condados y Bush presenta demandas para paralizarlos. Los republicanos van fracasando en todas las instancias judiciales de Florida. 

Una batalla legal se extiende, desde los condados hasta la Corte Superior y el Tribunal de Apelaciones. Mientras, se acerca la fecha límite para designar a los electores del Colegio Electoral. Para sorpresa de muchos, el Tribunal Supremo aceptó un recurso de Bush. El 12 de diciembre, por la noche, ordenó parar el recuento en una decisión por cinco votos a cuatro. Gore compareció ante las cámaras al día siguiente admitiendo el resultado y prometiendo no volver a desdecirse. 

Aquí, en suelo patrio, el día de la votación del decreto de la reforma laboral, el craso error de un torpe voto telemático, la misteriosa indisciplina de dos diputados y el fallo en el recuento hizo cambiar en cuestión de segundos la euforia de bancada. Falta por ver el pronunciamiento del Tribunal Constitucional. Si sus señorías, sin excepción, votaran sobre lo que tienen delante y no por otras motivaciones partidistas, no les pasaría lo que les pasa. Pero les gusta vengarse, poner la zancadilla, intercambiar cromos, insultarse y jugar a maquiavelismos extraños. Si llevaran los deberes hechos, sus jefes de filas no tendrían que indicarles con los dedos como a niños pequeños sobre qué botón pulsar y dejarían de confundir el sí con el no, el verde con el rojo y a votar bien desde casita. Si sus señorías no trataran de hacernos pasar por idiotas, no quedarían en ridículo. Por cierto, no ha habido que se sepa, llamadas al estilo Gore. Ni tan siquiera para pedir disculpas a sindicatos y empresarios que suscribieron el acuerdo, que de no ser por el esperpento sufrido habría quedado enmendado.

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