Opinión

El enigma ruso

Tras la invasión rusa de Ucrania ya nada será lo mismo, incluidos nosotros. Putin está empeñado en darle una vuelta a la historia

La idea de Churchill sobre “el enigma ruso” vuelve, porque hoy como entonces apenas sabemos nada, salvo sus devastadores efectos. El primer ministro del Reino Unido hacía la siguiente reflexión en un programa de radio cuando se iniciaba la Segunda Guerra Mundial: “No puedo adelantarle las acciones de Rusia. Es un acertijo, envuelto en un misterio, dentro de un enigma, pero quizá haya una clave. La clave es el interés nacional de Rusia”. 

Ahora los opositores mueren en crímenes barnizados y con sus bocas silenciadas en los nuevos gulag que denunció el premio nobel Aleksandr Solzhenitsyn en su emblemático “Archipiélago Gulag”. La imagen de la anciana detenida que apenas se sostenía en pie, por mostrar unos carteles en contra de la guerra es desgarradora. Desde que Putin asumió la presidencia de Rusia, han muerto decenas de personas tiroteadas, envenenadas o en extrañas circunstancias. Todas ellas tenían el nexo común de ser contrarias al mandatario ruso. Repasando la hemeroteca basta con citar algunas de las más conocidas, Litvinenko, Anna Politokvskaya, Mijaíl Jodorkovski, Borís Berezovski, Borís Nemtsov, Nikolai Glushkov, los intentos de envenamiento de los opositores Vladímir Kará-Murzá y Alekséi Navalni, que, desde la cárcel, siguen llamando a sus compatriotas a la rebelión. 

Tras la invasión rusa de Ucrania ya nada será lo mismo, incluidos nosotros. Putin está empeñado en darle una vuelta a la historia, una deriva que va más allá incluso de la revolución bolchevique de 1917. Su crítica a Lenin le conecta incluso con las concepciones zaristas que unían ortodoxia religiosa, política y grandeza territorial. Nadie pudo imaginarse hace unas semanas que las famosas campanas del poeta John Donne también tocaban por nosotros. La historia alimenta sarcasmos. Un cómico profesional, Volodimir Zelenski, se convierte en estadista, y un estadista de primer nivel, quizá no me confunda si digo que ha encandilado los corazones de prácticamente todo el mundo, renunciando a un transporte para ser evacuado reclamando en su lugar municiones, dicho con sus propias palabras: “La lucha está aquí. (...) Necesito municiones, no dar un paseo”, fue su respuesta al ofrecimiento de Estados Unidos. “Estamos aquí. No vamos a deponer las armas, Protegeremos a nuestro país porque nuestras armas son nuestra verdad”. Sabe muy bien que la desinformación es un arma de guerra cuya primera víctima es la verdad. En contra, Vladimir Putin, el supuesto estadista profesional, se vuelve un personaje chaplinesco si no fuera por lo criminal, emulando a Hitler, asombrándonos con sus sangrientos y viles ataques a una población civil indefensa, blandiendo sutilmente la amenaza nuclear. Es un verdadero horror lo que estamos presenciando, el dilema es ponerle fin y como hacerlo. 

Es evidente que hay que establecer un final para la guerra, mejor dicho, invasión, antes de que esta suponga una amenaza para la humanidad. Quiero imaginar que todos, como Cicerón, preferiríamos la paz más injusta a la más justa de las guerras, sorprende que algunos/as hayan olvidado que como principio, la legítima defensa se recogió en el artículo 51 de la Carta de las Naciones Unidas de 1945 para asegurar que los países pudieran protegerse a tiempo sin esperar una resolución del Consejo de Seguridad, el único órgano internacional autorizado para usar la fuerza. Parafraseando a Aleksandr Solzhenitsin, un estado en guerra sólo sirve como excusa para la tiranía doméstica. 

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