Opinión

Las hermanas Touza, luchadoras por la libertad

Hace unos días estaba paseando por la alfombra empedrada del formidable barrio judío de Ribadavia. No había nadie por las calles. Era una tarde lluviosa, de las que invitan a deambular bajo la soledad del paraguas, cuando el suelo se hace resbaladizo y obliga a ir más despacio, en los pasos y en el pensamiento. Lo que también ayuda a observar mejor el entorno con el deleite de los detalles que con el vagar cotidiano suelen pasar desapercibidos. Era justo la tarde en la que se produjo la masacre del hospital de Gaza.

Frente a la Iglesia de Santa María Magdalena que da nombre a la plaza situada en el corazón del angosto barrio judío, ocupando el lugar donde antes estuvo la iglesia de San Xés en el siglo XII, después de abandonar el entorno del Castillo, cerca de donde estaba la sinagoga y la Casa de la Inquisición, observo colgada en la balconada de una casa con espléndidos soportales medievales, la bandera Palestina. Tenía impresa la siguiente frase: “Palestina libre y en paz”. Hermosos y nobles deseos de quien lo escribió, más si cabe, al estar colocada precisamente en un lugar con gran simbología hebrea. A escasos pasos de la Taberna de O Papuxa y la añorada Tahona da Herminia en la que preparaba sus exquisitos recetarios judíos. Calle arriba hacia la Plaza Mayor, a la sombra de la hermosa Torre del Reloj -en palabras de Murguía, sobre el arco campean las armas de los Sarmiento y las de Ribadavia - en el número 2 de la calle Xuiz Viñas, está la casa de las hermanas Lola, Amparo y Julia Touza Domínguez, luchadoras por la libertad, como nos recuerda la placa de homenaje colocada en la puerta de las que fueron sus moradoras. Tras ellas, especialmente Lola, se encierra una historia de heroicidad. Ayudaron a más de medio millar de judíos a escapar del Holocausto. Tejieron una red de fuga que arrancaba en los Pirineos, y desde Hendaya terminaba al otro lado del río Miño en A Frieira hasta Portugal. Un silencio gallego que duró más de 60 años y que mantuvieron en secreto en vida, desvelándose en 2005, por el escritor Antón Patiño Regueira antes de morir en el libro Memoria de Ferro, ya fallecidas también las tres hermanas (Lola murió en 1966, Amparo en 1981 y Julia en 1983). En el quiosco de la estación ferroviaria de Ribadavia que regentaban, dotado de un zulo, comenzaba la red de fuga que perduró desde 1941 hasta finalizada la II Guerra Mundial en 1945. Todo empezaba con la llegada del convoy a la estación. Lola esperaba con su cesta llena de melindres, rosquillas, caramelos, dulces de almendra, pavías de Beade y Vieite en las manos, incluso licor café y vino del Ribeiro. A veces los ofrecía por las ventanillas desde el andén. Otras veces recorría los vagones subida al tren con su mercancía. Se encontraba siempre con algún contacto que le anunciaba la llegada inminente, el día, la hora y vagón de una nueva tanda de judíos. Pasado ya el tiempo, y corrida la voz de las tres hermanas, los judíos se acercaban directamente al quiosco preguntando por “La madre” que era el apodo secreto de Lola, a la que nunca pudieron encontrar los agentes de la Gestapo que llegaron a merodear por la estación y por la villa, controlando los vagones de wolframio que se enviaban desde Galicia para Alemania y que se utilizaban militarmente para reforzar los blindajes con aceros especiales y también para fabricar puntas perforantes de granadas antitanque o antiblindaje en general. Al. anochecer, desde el quiosco, caminando por la vía del tren y atravesando un puente de hierro, ocultaban a los judíos en su casa, dándoles cobijo y alimento. Igualmente dieron alimento a los presos de la Guerra Civil encarcelados entre las paredes del Ayuntamiento y ocultado a republicanos en el zulo del sótano familiar. Les proporcionaban dinero desinteresadamente y a través de dos taxistas, uno de ellos de la familia y de un barquero, facilitaban la huida hacia la libertad. Hace justo un año, en el salón de actos de la UNED de Ourense, un nieto, Julio Touza, arquitecto en Madrid, pronunció una conferencia con el título Lola Touza, una historia de generosidad y de silencios, en la que recordó que por esta labor humanitaria, las tres hermanas han sido reconocidas en Israel como Justas entre las Naciones y tienen un árbol en su recuerdo en Jerusalén. En tiempos de barbarie, donde el odio sólo prodiga la destrucción del adversario y la única esperanza es la muerte, estremece ver una bandera Palestina con nobles propósitos en un barrio judío y recordar la historia cargada de amor de unas heroínas con una extraordinaria calidad humana que por un momento nos hacen ser optimistas ante el horror que estamos viendo. En palabras de Voltaire “La civilización no suprime la barbarie; la perfecciona.”

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