Opinión

La niña de la bolsita de plástico

Era la noche del sábado. Hacía días que las charangas y orquestas se dejaban oír en la capital. Las calles estaban abarrotadas, los vinos intransitables. El gentío tenía ganas de fiesta y el tiempo ayudaba. Había colas para ocupar mesas en las terrazas. Olimpus puso la mecha de arranque en la Alameda. Se encendió el fuego en la Plaza Mayor con acrobacias increíbles, como si no hubiera acabado la noche de San Juan. A semblanza de un libro mágico, bajo los acordes de música medieval del peculiar grupo Grimorium, una niña sonreía en un puesto de pulseras artesanales. Nada extraño en una noche de fiesta. A pesar de la leve sonrisa que esbozaba la cara era el reflejo de la soledad, quizá de la amargura. Posiblemente le gustaría estar jugando en lugar de estar allí. Su madre atendía las ventas de los originales atuendos de cuero. Ella sostenía un teléfono móvil con los colores de la bandera de Ucrania, con el que no paraba de hacerse selfis. 

En la cercanía sus ojos verdes denotaban tristeza. A su alrededor todo era bullicio, baile y jolgorio, totalmente ajeno a la pesadumbre de esa pequeña. Me llamó la atención que a cada cliente que realizaba una compra en el modesto puesto ambulante, cuando la madre cobraba el importe, la niña regalaba una pequeña bolsita de plástico. Vi a más de una persona que cuando se giraba con el obsequio, se secaba las lágrimas de los ojos humedecidos con un pañuelo, como si el contenido generase algún tipo de reacción alérgica. No pude resistir la curiosidad, y no tardé en acercarme para preguntarle qué contenía en su interior. La sorpresa fue mayúscula. Con desparpajo y en un correcto español, me dijo que en cada bolsita había un pequeño trocito de su tierra ucraniana. Atrás habían quedado su padre y su hermano luchando en el frente. Su tierra siempre iría en su corazón y regresaría pronto cuando todo acabase para darles un abrazo. Como símbolo de agradecimiento, antes de que quedara regada de sangre quería obsequiar con trocitos de su patria a todos los que le ayudaban a seguir adelante comprándole a su madre, una forma de extender su país por todas partes y hacerlo libre. El regalo más hermoso que he recibido nunca. Acompañado con unas palabras tan llenas de ternura y emoción. Un gesto inigualable solo al alcance de una niña, tan pequeña como grande, muy grande, en coraje y en amor. Porque solo a ella, cuando tuvo que huir, se le pudo ocurrir ese detalle tan hermoso que nos hizo llorar a todos los que lo recibimos de sus enjutas manos. 

Puedo asegurar que para mí desde ese instante ya no tenía sentido continuar la fiesta. Guardaré siempre esa bolsita como un tesoro de paz inocente y limpia. Lástima que los mayores sean incapaces de seguir su ejemplo y sigan arrojando miseria, crimen y terror a toda la humanidad. A esa hora los ensordecedores acordes de la música seguían resonando en el entorno y las bombas rusas en la tierra de la pequeña. La bolsita que guardé con esmero en mi bolsillo estaba a salvo.

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