Opinión

Obdulia Díaz


Al pasar por la plaza Saco y Arce de nuestra ciudad, que hasta el año 1894 se llamaba Plaza del Olmo, que en su día albergó un teatro, el caminante puede contemplar la escultura de bronce denominada Torre do Baño, cuya simbología quizá pase desapercibida ante nuestros ojos. Representa una mujer sencilla y a la vez angelical con una tabla de lavar la ropa. Requiere de nuestra atención para darnos cuenta de ello. Su autor, Manuel Penín, quiso homenajear con esta obra en 2011 a Obdulia Díaz y a su hija Lola Nóvoa. La ingente labor humanitaria de estas dos mujeres anónimas hubiera pasado desapercibida de no ser por La Región y del periodista Francisco Álvarez Alonso que a diario tenía temario suficiente para su sección Sobre la marcha. El reconocimiento a dos personas que silenciosamente realizaron una tarea titánica caracterizada por un altruismo inusitado, forma parte del inmenso museo al aire libre de la ciudad que rememora a los más ilustres. Porque reconocer es un palíndromo, palabra tan importante cuyas letras están dispuestas de tal manera que resulta la misma leída de izquierda a derecha que de derecha a izquierda. Obdulia Díaz que había sido cocinera del gobernador en tiempos de la república, era una viuda con tres hijos y sin apenas ingresos en la miseria de la posguerra. Crió a lo largo de varias décadas, entre el rugido de los carcomidos tablones de su modesta vivienda, a cerca de 200 niños, la mayoría hijos de prostitutas sin que hiciera tratos de diferencia con los suyos  Además lo hizo en silencio. En palabras de San Juan de la Cruz, el silencio es magnanimidad, es benignidad, es paciencia, es humildad, es fidelidad, es sabiduría. Hasta que en los años sesenta del pasado siglo, como aludía antes, se publicó en La Región la entrevista que le realizó el periodista ourensano Álvarez Alonso, en la que Obdulia a sus 63 años contestó con rotunda sinceridad: “De que voy a vivir, pues de lo mismo que ellos. Yo no tengo pensión”. Tenía que ingeniárselas como podía para dar cobijo y alimento a tantos menores. Aquí estaría bien traído el adagio popular hacer de la necesidad virtud tan ligado a la filosofía del estoicismo y en boga estos días. Conseguía unas pesetas lavando sábanas para aquellos que se lo requerían en la fuente de As Burgas, que sumaba a las aportaciones que esporádicamente hacían las madres de aquellos niños cuando podían, porque la verdadera madre era Obdulia, Tuvo la suficiente tenacidad y gallardía para encontrar la colaboración de otros ourensanos que como ella, engrandecen al ser humano ayudando a los demás sin esperar nada a cambio y que también figuran en nuestro reconocimiento colectivo: el doctor Gallego, el padre Silva, la propietaria de la librería Padre Feijóo, el dueño de la farmacia Bayón y el Patronato del Enfermo Pobre que auspiciaba María del Río. Personas que sin alardear estaban cuando se las necesitaba desde el mutismo y con la llaneza que las hace grandes, virtud al alcance de muy pocos. Obdulia Díaz, conocida como A avoa Obdulia falleció en 1985 y su hija un año después. En el verano de 2019, de nuevo La Región publicaba en un suplemento dominical el cómic La Ciudad esCultural. En él, a través de ocho tiradas, el periodista e ilustrador Guillermo Altarriba hacía un recorrido sobre ocho estatuas emblemáticas de la ciudad, muchas de ellas olvidadas por la población que las recorre a diario e ignora por qué están ahí o a quién representan. El segundo capítulo de la serie está dedicado a esta gran mujer y a la estatua Torre do Baño.

Juan Antonio Saco y Arce, natural de Alongos el padre de la lingüística gallega que da nombre a la plaza, en su poema O neno do ceo, publicado en el Heraldo Gallego el 31 de marzo de 1878, tres años y medio antes de su muerte parecía ya vislumbrar con un siglo de antelación a estas dos heroínas:

Calai, regueiros, piadeiros paxaros
O bico pechai
Ventos da touza , calai, que durmido
Xa o neno garrido
Quedou sobre a nai.

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