Opinión

Que a vida sexa como ti a escribes

En pleno corazón de la Ribeira Sacra, en O Saviñao, aguas arriba donde confluyen las aguas del Sil con las del Miño, nos esperaba expectante la Torre Vilariño. Un pazo cuya historia documental se remonta al año 1720, en la calzada medieval dos Cregos, nexo de unión entre Vilar de Ortelle y Diomondi. Próxima a la cascada de Augacaída, con más de 40 metros de altura, cuya espectacularidad no se queda atrás a la Fervenza del río Toxa, en el ayuntamiento de Silleda, o la Seimeira de Vilagocende del río Porteliña, en A Fonsagrada. Un auténtico paraíso escondido en un entorno natural privilegiado. Donde además se pueden contemplar distintos aperos de labranza tradicionales y en cuyo jardín destaca un boj con más de 700 años. Muy cerca también del Castro de Marce, la morada de los hombres xacios, un asentamiento prerromano rodeado de misterio y leyendas, desde donde se divisa una increíble panorámica del denominado Porto Monsulio en el cañón del Padre Miño. 

A escasa distancia, recorriendo bellos y acogedores senderos, podemos visitar el Pazo de Arxeriz, el castro y los templos románicos de Fión, la playa fluvial de A Cova, San Estevo de Rivas de Miño atribuido al maestro Mateo, autor del Pórtico de la Gloria, San Miguel de Eiré declarada monumento nacional o el monasterio de San Estevo de Rivas de Sil, considerado corazón religioso de la Ribeira Sacra. También maravillarnos con la primera muestra de ocupación humana de la zona que se conoce, como la Mamoa de Abuime, el Dolmen de Leira da Rapada, descubierta hace poco más de un lustro y varios recintos castrenses como son el de Freán o Vilatán. En ese paraje idílico, en Torre Vilariño, nos reunimos un grupo de amigos para degustar un elaborado y abundante cocido, al lado de las llamas de la chimenea, con armas antiguas decorando las paredes, en un ambiente enxebre, de profundo arraigo a la tierra y ancestrales tradiciones, incluyendo la viticultura heroica. Una comida entrañable, por la sustancia y por la apacible compañía que el lugar propicia. 

Mi sorpresa se produjo al finalizar los postres. Cuando sin esperarlo, mis amigos comensales me obsequiaron con unas botellas de vino, de las pocas 100% brancellao de la Ribeira Sacra, que recuerdan a un vino de la Borgoña, elaboradas en el Pazo La Cuesta una bodega familiar próxima al lugar, la más antigua de Galicia, con más de 400 años a sus espaldas. Y lo más emotivo fue cuando me regalaron una placa tallada en madera con el siguiente texto “Que a vida sexa como ti a escribes”. Una frase repleta de hermosura, ternura y mucho cariño. Porque ojalá pudiéramos escribir nuestros designios en las hojas del mañana que están en blanco y llevar el presente como nos apeteciera, por no hablar del pasado que ya es irremediable. La vida no siempre se escribe como nos gustaría hacerlo, por los innumerables errores que cometemos como humanos que somos y por lo imprevisible del futuro que todo lo cambia. 

La vida es una carrera anticipada hacia la muerte, sostiene Heidegger. Curiosamente en el Marcos Valcarcel se exponía un proyecto pictórico de Gonzalo Sellés Lenard y Ana Pérez Ventura, que invita a reflexionar sobre conceptos tan abstractos como el tiempo y Tino Canicoba y Moxom en el que la madera es la protagonista. El tiempo implacable transcurrido desde la primera piedra de Torre Vilariño, con el boj de 700 años, los más de 400 de la bodega o de los restos prehistóricos citados, reflejan la imagen móvil de la eternidad. Decía San Agustín que si nada pasase no habría tiempo pasado, si nada sucediese, no habría tiempo futuro y si nada existiese, no habría tiempo presente. Lo que sí puedo escribir hoy es el enorme deleite que produce disfrutar de los inigualables parajes de esta tierra, la exquisita gastronomía regada por excelente vino y tener unos amigos cuya cordialidad ha permitido que la página de ese día fuese inolvidable.

Te puede interesar