Opinión

El tributo de las tres vacas

El Valle de Roncal, en pleno Pirineo Navarro, ofrece una acusada personalidad forjada a base de tradiciones ancestrales, una sabrosa gastronomía, como las migas de pastor y naturaleza en estado puro. Siete pueblos únicos componen este paraje cuyos principales recursos son la explotación forestal, la ganadería y el turismo. Burgui, Vidángoz, Garde, Roncal, Urzainqui, Isaba y Uztárroz son las siete perlas de este bello lugar de paisajes indómitos que me han permitido respirar aire fresco, bajo robledales centenarios, de regreso a Galicia tras tanta ola de calor estival por tierras catalanas.

El río Esca cruza el valle de norte a sur regando las orillas de sus pueblos empedrados, con cuidados caseríos apiñados de tejados inclinados y cálidas chimeneas circulares sobre hermosas plazas floridas. Por sus aguas surcaron durante siglos los almadieros, a quienes se homenajea cada primavera en el Día de la Almadía, rememorando el descenso mediante barcazas fabricadas con troncos de madera por un recorrido que termina en el puente medieval de Burgui, tras el imponente salto de la presa. Quiero detenerme en una tradición única, conocida como el Tributo de las Tres Vacas. Se trata, como recordaba hace pocos días un diario de tirada nacional, del Tratado internacional en vigor más antiguo de toda Europa que sigue cumpliéndose puntualmente el 13 de julio de cada año en las cumbres de los Pirineos. En esa fecha representantes del valle de Roncal y Baretous de Francia se reúnen en el pivote -la Piedra de San Martin- que marca la frontera en el Collado de Ernaz, a 1.760 metros de altitud.

Los franceses entregan a los roncaleses tres vacas de raza pirenaica de dos años de edad, “sine mácula” sin tacha ni lesión y del mismo “astaje, pelaje y dentaje”. Las reses son examinadas por el veterinario de Isaba, que expide el recibo correspondiente. Ataviados con sus trajes tradicionales, los alcaldes franceses y los navarros, entrecruzan sus manos encima del hito fronterizo de la Piedra de San Martin, correspondiendo al alcalde de Isaba colocar su mano sobre las demás y repetir en voz alta por tres veces la expresión latina Pax avant -paz en adelante-. El alcalde de Ansó, por su parte, supervisa el correcto cumplimiento de lo que sus antepasados acordaron. Esta ceremonia documentada desde 1375, puede venir celebrándose desde el siglo IX según algunos historiadores, aunque lo más aceptado es que date del siglo XI, casi un milenio de antigüedad. A través de ella se cumple la carta de paz o “facería” -acuerdo para resolver conflictos por pastos y fuentes entre territorios- que se dictó en Ansó (Huesca) con la mediación de seis hombres buenos.

El conflicto que dio lugar al Tratado se produjo en 1373, en una disputa por fuentes y pastos para rebaños en territorio fronterizo. Se sucedieron varias reyertas y venganzas que culminaron en la batalla de Aguincea, pereciendo centenares de navarros y franceses. El fallo fue bien acogido por las partes, ya que desde aquel lejano 1375 no se registraron más enfrentamientos. Desde entonces, superando conflictos y guerras entre España y Francia que se sucedieron en los siglos posteriores, el Tributo de las Tres Vacas se ha venido pagando hasta la fecha tal y como se acordó. En 1856, cuando se firmó el Tratado de Límites entre España y Francia que delimitaba la frontera actual entre ambos países, que derogaba toda la legislación fronteriza anterior, quedó a salvo el Tributo de las Tres Vacas que se recoge en el anexo cuatro de dicha norma, superando una vez más los avatares del tiempo y de la buena concordia entre vecinos que emplearon vacas para detener una guerra.

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