Opinión

Un árbol de luces

Suena casi en cada esquina el tintineo de la campanita que sostiene el hombre vestido de rojo, con atuendo marcial, en muchas de las esquinas del centro de Manhattan. En la otra mano, un pequeño caldero de zinc, y sobre su cabeza una abultada visera negra en cuyo frontal se lee en letras rojas, The Salvation Army. Es la gran ONG internacional, que recoge grandes sumas y las reparte entre los más necesitados, combinando el consuelo físico con el espiritual. Su estructura, al modo militar (así el atuendo de sus miembros que suben del millón y medio), está presente en ciento veintiséis países. Administran pequeñas tiendas de descuento, refugios para los sin techo, alimentos, comedores, auxilio médico básico. Su teología se funda en los cánones de la iglesia metodista: el ejercicio de la caridad cristiana entre los más necesitados, sin diferencias de raza, religión, nacionalidad. Su presencia es abrumadora en las zonas más concurridas y más comerciales de Manhattan. Las ágiles campanillas forman parte de la algarabía de esta ciudad tan navideña que, de acuerdo con la canción de Sinatra, nunca duerme (never sleeps), y se apega a quien la visita: “Start spreading the news, / I'm leaving today; / I want to be a part of it, / New York, New York”, canta el melódico Sinatra. 

La brisa helada llega desde el río Hudson y atraviesa las calles de norte a sur, las avenidas de este a oeste. Aligera el caminar en las tardes navideñas. Las campanitas de los miembros del Salvation Army se suma al bullicio de los grandes automóviles, al ir y venir apresurado de las gentes moviéndose a modo de hormigas entre bosques de altos edificios. Cerca, el nervioso salir y entrar de las grandes tiendas. Tonos de voces, acentos, lenguas, olores, comidas étnicas, anuncios de Coca-Cola, brillantes limosinas, baraúnda de gentes que se mueve por los aledaños del Rockefeller Center y Broadway, entre la calles cuarenta y ocho y la cincuenta. Cerca, entre un ágil y nervioso pestañear de luces y colores, los clásicos teatros anuncian sus atractivos musicales. Trajeados caballeros y elegantes damas hacen cola en las taquillas, sosteniendo sobre sus hombros, bien abrochados, elegantes echarpes de piel o brillantes abrigos de visón. Es el último y más popular musical de Broadway: The Book of Mormon. 

El espacio más llamativo y navideño, el Rockefeller Center. Forma parte del fabuloso complejo arquitectónico compuesto por diecinueve edificios comerciales, situados entre la calle 48 y 51 y la Quinta y Sexta Avenida. Y en su centro (Rockefeller Plaza), la pequeña pista de patinar sobre el hielo, bordeada por suntuosos edificios. La música navideña acompaña al trepidante jolgorio de voces, exquisitas figuras sobre patines, bordeando el cuadrilátero, saltando, cantoneando, volteando, cimbreando sus ágiles figuras. Y en frente, en lo alto, el mítico Prometeo, erguido, furibundo, cuya escultura tallada en granito, dorada, maestro en toda las artes, asumió el mandato de los dioses de ser el portador del elemento más poderoso: el fuego. Lo consagró Esquilo en un celebrado drama. Cercana, a la entrada por la Quinta Avenida, la impresionante estatua de Atlas, portando sobre sus musculosos brazos los círculos de la Tierra. 

Y en el centro un esbelto pino (Christmas Tree), traído del lejano Vermont, bordeado de luces a modo de nevadas estrellas navideñas. Pasadas las fiestas será donado a la organización Habitat for Humanity. Convertido en madera, formará parte de la construcción del exterior e interior de una casa, donada por la organización, símbolo (el árbol) de esperanza y gratitud. Y no lejos, en una placa de bronce los diez principios básicos que sostienen la fisolofía de este gran centro arquitectónico cuyo proyecto diseñó John D. Rockefeller. Uno de ellos: “Creo en un Dios sabio y amante, sea el nombre que se quiera, y que la mayor felicidad de cada individuo, su máxima expresión y último logro, se obtiene viviendo en armonía con la voluntad divina (“with His Will”). Y otro más breve; “creo que la verdad y la justicia son fundamentales en el mantenimiento del orden social”. Y finalmente, “creo que la Ley se hizo para el hombre, no el hombre para imponer su Ley; que el Gobierno está al servicio de la gente, y no la gente al servicio de su Gobierno” (their Master). La benevolencia humana a veces pareja con la divina.

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