Opinión

AL BUEN AMIGO

José Moreno de Alba llegó con el alba a la Ribeira Sacra. Entre nubes agrietadas y una suave neblina matinal llegó con el alba Moreno de Alba. Cortados jirones de sol rompían la nevada neblina otoñal. Llegaban del cercano parador de San Esteban de Ribas del Sil. Bajo sus arcos y grises ojivas estudió latines y solfa gregoriana el adusto monje benedictino, avispado autor de sutiles ensayos (Teatro crítico universal, 1726-39), fray Jerónimo Feijóo. Sus ensayos hicieron historia literaria; un sutil remedo, sin el matiz autobiográfico, del lejano Michel de Montaigne en las artes del múltiple saber clásico y renacentista.


Al volante el hijo menor, Rodrigo; a su lado Pepe, y la dulce Cecilia, pendiente de los dos, en el asiento trasero. Llegaron rompiendo la mañana. La plazuela rezumaba un breve murmullo de pulpo a feira. Una robusta pulpera, de aglutinada habla y anchas caderas, atendía chapurreando un castellano agallegado. El adusto pote de cobre soltaba a borbotones el acre olor del pulpo recién hervido. En rústicos platos de madera, pimentón, sal, aceite de oliva virgen, vino mencía de la zona, pan horneado con madera de roble, degustamos el típico manjar. Una fina lluvia caía a miudiño, en verso cantarín de Rosalía de Castro, ya en la fraseología popular del gallego. Poco a poco las laderas de la Ribeira Sacra se fueron aclarando con la llegada de un sol tímido. En Castro Caldelas, de nuevo la lluvia, cansina, monótona, lenta. En su alto, el medio derruido castillo, vieja fortaleza del conde de Lemos, a modo de vigilante atalaya dominando sus tierras hasta la lejana Sarria.


Bordeamos Santa Tecla, a un paso un viejo cenobio derruido; subimos hacia A Teixeira, y allí, en lo alto, como en un nido de águila, sonó el móvil del insigne profesor, director de la Academia de la Lengua de México. Aparcamos el automóvil en el borde de una ladera. Querían entrevistar al distinguido académico, don José para unos, Pepe para sus colegas de Middlebury College, situado en el estado norteamericano de Vermont, donde hemos pasado juntos una veintena de veranos. Del bar de enfrente llegaban risas, carcajadas, y una melodía que era escuchada saboreando el buen vino de la zona. Era una de las canciones del grupo musical 'Los Tigres del Norte', mejicanos. El asombro fue común. Pronto se bajaron los altavoces para que el profesor Moreno de Alba pudiera seguir con tino, a través de su móvil, la entrevista.


Tras una breve presentación biográfica (alumno de Juan Miguel Lope Blanch y del latinista Rubén Bonifaz Nuño, Premio Nacional de Ciencias y Artes, Orden Civil de Alfonso X el Sabio), Moreno de Alba asentó sin titubear, con firmeza, que la elegancia de la lengua radica en su precisión, tanto en el decir como en el escribir; que ante la lectura en una pantalla electrónica prefería 'el olor a papel'; que era importante el énfasis en la 'didáctica de la lectura', y que las lenguas a veces se convierten con frecuencia en 'instrumentos de separación y no de comunicación'. Realzó la conveniencia del bilingüismo y del mismo modo del biculturalismo. En mente las llamadas autonomías, y la defensa a veces a ultranza del gallego, catalán o vascuence en detrimento del castellano y de la lingua franca: el inglés. El profesor las definió como 'babeles' erigidas por ideologías políticas.


Allá a lo lejos, sobre el altozano, la vista era mágica, única. Al pausado río Sil lo cruzaba un blanco catamarán con un centenar de asombrados turistas: feligresías de Chandrexa y Sacerdobios, tumbas antropomorfas de San Vitor, antiguo cenobio de Santa Cristina y su recoleta iglesia románica, y al final, una vez más, San Esteban de Ribas de Sil y una nueva ruta: Santiago de Compostela.


En mis exploraciones en automóvil paso con frecuencia por A Teixeira, tal vez en busca del tiempo perdido. Siempre en la mente el ameno profesor de Middlebury College, José Moreno de Alba, y aquella entrevista, un lejano día de abril, en el repecho de una endemoniada carretera, llena de curvas y de agudas pendientes; una entrevista a través del móvil, una algarabía de voces que salían del bar de enfrente, y un nebuloso paisaje envuelto en lejanos susurros celtas y ancestrales: el dulce sonido de una gaita, las ruinas monacales y el Nuevo Mundo allende los mares: los amigos mexicanos. (Parada de Sil)

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