Opinión

LA COLONIZACIÓN LITERARIA: HAROLD BLOOM

Llega muy tarde Harold Bloom a la portada de la revista de El Mundo cultural. Ha llovido mucho desde que el famoso crítico de Yale, polémico, siempre en la brecha, rompió y se distanció de sus colegas del Departamento de inglés, con obtusas e hirientes declaraciones. Despotricó contra la variopinta introducción de los Cultural Studies (materialismo cultural, neo-marxismo, neo-historicismo de Foucault, feminismo abanderado por Julia Kristeva), en las aulas de las grandes universitarias norteamericanas. Lo hacía, hace la friolera de unos cuarenta años, desde su privilegiada torre de marfil (Yale), sin apenas carga académica, con un excelente salario (ocupa la prestigiosa cátedra Sterling Professor), dedicado exclusivamente a sus escritos y a sus teorías sobre el canon de Occidente, con un escaso conocimiento de otras lenguas extranjeras, a excepción del inglés, el yiddish y el hebreo. No era el caso de sus colegas en otros departamentos. René Wellek era un caso ejemplar en el magistral dominio de otras literaturas y lenguas.


Harold Bloom es ya una reliquia académica en el mundo anglosajón. Pero actual referencia, a sus más de ochenta años, en el mundo cultural de este país, a la zaga de lo que los otros dicen saber años ha. Y a mí, que nadé aquellas aguas, me sorprende tal inercia, por no decir papanatismo. Obviamente Bloom se vende y las editoriales buscan su festín. Todo le va. Incluso una antología de ensayos críticos sobre Cervantes cuya bibliografía está cargada de erratas. Su tesis doctoral sobre Shelley, dirigida por el gran William Wimsatt, se expandió con estudios sobre Yeats, los románticos anglosajones, la visión apocalíptica de Blake; sobre Wordrsworth, Wallace Stevens y Walt Whitman.


Fue The Western Canon. The Books and School of the Ages (El canon occidental. La escuela y los libros de todas las épocas) el que le dio nombre. Llegó envuelto en agrias polémicas, dadas las omisiones y las erradas propuestas, ad libidum. Aparte de la gran novela de todos los tiempos, Don Qujote, las letras españolas aportaron a la cultura de Occidente tres grandes géneros literarios: la figura literaria de La Celestina, el donjuanismo (la inicia Tirso de Molina), y la autobiografía picaresca, siendo el Lazarillo cabeza del género. Con Don Quijote, son los grandes pilares aún vigentes en las letras europeas e hispanoamericanas. E incluso norteamericanas. Hay mucho de pícaro en la famosa novela de Salinger, The Catcher in the Rye. El delinear un canon implica imponer un orden taxonómico, establecer unas jerarquías, instaurar unas preferencias, argumentar unos límites y centralizar unas lecturas, la inglesa en este caso, frente a otras que se asumen como secundarias. El canon literario, término que deriva del bíblico, lo establece en este caso la autoritas (Bloom), la teoría literaria que abandera y su talante como lector. De acuerdo con el aserto de Oscar Wilde: la crítica es también la forma más civilizada de la autobiografía.


Es Shakespeare la figura central del canon literario occidental, afirma Bloom tajantemente. De ahí que la literatura inglesa esté representada en casi todos sus períodos. Si tenemos en cuenta que Bloom es de origen judío ortodoxo, exégeta a nivel doméstico de la palabra sagrada y de todas sus posibles connotaciones (la Cábala), su biografía literaria ajusta preferencias y diferencias. Figuras condicionadas por la marginalidad (Kafka), por lo esotérico (Freud) o por la visión profética de América: Whitman y Neruda en este caso. Confirma la presencia de ambos en Fernando Pessoa ('O poeta é um fingidor') como paradigma emblemático, esquizofrénico de un yo escindido en sus otros. Recientemente Góngora se lleva la palma. Pero Bloom no es ducho en estas áreas. Lo muestra el desorden cronológico de sus citas: Góngora después de Calderón; Tirso de Molina antes que Fernando de Rojas y éste como parte del Barroco. Y omite a Quevedo y hasta a Gracián cuyas figuras de Critilo y Andrenio, del Criticón, se emparentan con la de Próspero, celebre personaje de Sueño de una noche de verano de Shakespeare.


Shakesperare, insiste Bloom, es la gran metáfora de la cultura de Occidente; su Rey Lear el centro de la excelencia canónica. Se puede argüir que no hay una Cultura sino culturas; una Lengua sino lenguas. Constituyen el saber de una comunidad que se hace y se acomoda en ellas. Imponer un canon es establecer diferencias, superioridad, dominio colonial. Cada obra en cada cultura es la creación de un sentimiento de comunidad, su realización e identidad, afirmó hace años Ramón Piñeiro. Y cada obra es una revelación original del Ser: su canon.


(Parada de Sil)

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