Opinión

COPLAS A UN RÍO APENAS IGNORADO

Me fascinan los ríos, los arroyuelos, los regatos, las cascadas precipitadas, los recodos en donde bajo unos chopos, abedules, sauces, alisos y olmos, se amansan las aguas; forman remolinos, se alargan sobre un hueco, giran sobre su centro, y con alborotada espuma inician de nuevo su recorrido. Me fascinan los ríos.


Son como la vida, que van a la mar 'que es el morir', versos en sonora y musical elegía del gran Jorge Manrique, que dedicó a la muerte de su padre, el Maestre don Rodrigo. Coplas de pie quebrado que, a modo de fúnebre diapasón, marcan el tránsito de la vida y la importancia de la fama, basada en obras y hechos heroicos, presentes en la memoria colectiva. Realzan la naturaleza voluble de la fortuna (belleza, juventud, poder), el paso inmutable del tiempo y la llegada inexorable de la muerte que abre las puertas hacia la otra vida: la eterna. Todo esto contemplando el río que bordea esta ciudad de Ourense: el Miño.


Hoy el río Miño pasa alborotado, indiferente, desafiante, bajo los cuatro puentes que lo cruzan. Engorda sus orillas en la plenitud del invierno; se mueve airoso llegada la primavera y, poco a poco, lentamente, con humildad, atenúa su fuerza, dejandose correr en la plenitud del verano. Se desliza, ya medio sofocado, para volver a crecer, ya acostumbrado a sus vuelcos existenciales, a las puertas del otoño. En él se cumplen y se representan las cuatro estaciones, imagen del tránsito de la vida, del nacer y del morir: 'que van a dar a la mar, / que es morir', reza la copla manriqueña.


Hay ciudades que vuelcan su mirada, es decir, sus avenidas, casas y monumentos sobre sus ríos. Se miran sobre ellos a modo de espejos que marcan y reflejan el continuo devenir de su historia, siempre en tránsito. Ríos que las circundan, las aprisionan en bruscas barbacanas (Toledo sobre el Tajo; Oporto sobre el Duero), o forman mansas orillas donde se explayan las gentes en vistosas romerías y atuendos. Sobre el Guadalquivir se refleja, en una noche de luna crecida, la gran Giralda y la Torre de Oro. Y lo mismo lo hace Córdoba con su mezquita, que es también catedral, al pie del mismo río. Y nada más impresionante que Notre Dame de París viendo reflejadas sus góticas torres sobre el Sena, en fulgurantes destellos de luces y sombras. Ahí se concitan, de forma mágica, irrepetible, el murmullo de sus aguas y los no lejanos arpegios del canto gregoriano, profundo, solemne, que surge de su catedral. Ciudades que se han abierto sobre la desembocadura del un río, deletreando sus mapas de edificios sobre vistosos canales. Ríos que dividen la ciudad (Budapest) luciendo a ambos lados majestuosas arquitecturas; o que se bifurcan en abundantes canales (el Neva en San Petersburgo), cuyas orillas se decoran con palacios, basílicas y famosos museos (el Ermitage, el Palacio de Verano). Erigen y funden naturaleza con arte inmortal en piedra.


Y no menos vistoso es el Morningside Drive, a orillas del rio Hudson, que se extiende desde la calle 110 a la 123, en la zona Oeste de Manhattan, en Nueva York. Su imponente iglesia, que es también catedral, la Riverside Church, de estilo neo-gótico, vislumbra como mágico diseño, en noches de luna llena, sobre las aguas del Hudson camino del Atlántico. Hay ríos que, de acuerdo con leyendas y mitos, surgen airosos, a modo de figuras antropomórficas, de oscuras cavernas; que se sumergen y esconden (los Ojos del Guadiana), que se deslizan tétricos y envueltos en ágria neblina, como el pequeño Mystic River de Boston, que consagró el famoso filme dirigido por Clint Eastwood. Tiene en su haber varios Oscar.


Ourense se fue haciendo a espaldas de su río. No lo bordean iglesias o catedrales, ni pazos suntuosos, ni palacios episcopales, ni edificios administrativos, ni museos. Sus orillas fueron ignoradas durante siglos. Define en parte el carácter de la ciudad. Se puede patear sin asumir la presencia del río que la orilla. Sus plazas, monumentos, calles comerciales, iglesias, se levantaron ciudad adentro. No cuenta con embarcaderos, regatas, deportes acuáticos, si bien las últimas instalaciones de alargados senderos a ambos lados del río han otorgado una cierta predominancia y presencia al ágil fluir de las aguas del Miño y de su afluente, el Barbaña.


Pequeños espacios recreativos, asientos, bancos, ofrecen el poder contemplar el majestuosos correr de este río a espaldas de la ciudad que bordea. Y es como si la ciudad se ensimismara sobre su propio centro (administrativo, comercial, religioso, cultural), y olvidara el incansable fluir de su río, 'con agradable mansedumbre', en musical verso de Garcilaso, por uno de sus espacios más naturales, emblemáticos y solemnes. El que forma el majestuoso Miño a su paso por Ourense.

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