Opinión

CRUZANDO FRONTERAS: LOS ESPALDAS MOJADAS

Aterrizamos en El Paso, Texas, una mañana del mes de abril con un sol deslumbrante e intenso calor. Atrás quedaba el lejano Boston, grisáceo, friolero, como medio adormilado. Chicago era escala obligada. Desde su gigantesco aeropuerto (O'Hare) se abren rutas a las partes más lejanas de los cuatro continentes: México la más señalada, dada la gran presencia de emigrantes mexicanos en 'la ciudad de los vientos' (The windy City). A modo de gran barrera que amaina las furias del lago Michigan, impone con su arquitectura, bordeando las orillas del río que lleva el nombre de la ciudad. En ella fijó sus diseños el arquitecto Frank L. Wright, creador del Museo Guggenheim, situado en la Quinta Avenida de Nueva York. La última réplica, el de Bilbao, que ha colocado a la ciudad vasca en las rutas culturales europeas. A lo lejos, en la ciudad que consagró el nombre del legendario mafioso Al Capone, las películas The Sting, con Paul Newman y Robert Redford, The Untouchables con Robert De Niro, se distinguen sus impresionantes rascacielos (Willis Tower, Water Tower Place). Tuvieron en Chicago su origen.


El viento fresco de Chicago contrastaba con la fogosa sauna de intensa luz y calor de El Paso, situado al lado del Río Grande, conocido también como Río Bravo del Norte. Forma una frontera natural entre el estado de Texas y el de Chihuahua, México. Frente a El Paso, separada por el ancho río, Ciudad Juárez, una serie de puentes comunican ambas orillas. En el estado fronterizo de Nuevo México, no lejos de El Paso, el impresionante desierto de las Arenas Blancas (White Sands), la villa colonial de Las Cruces, y la coqueta Mesilla, cruzada años ha por el famoso bandolero Billy the Kid, y por el feroz bigotudo Pancho Villa. Son parte de los atractivos de la zona.


El Departamento de Estudios Hispánicos de la Universidad de Texas en El Paso celebraba un congreso sobre literatura colonial y teatro novohispano en colaboración con la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez. Las conferencias se alternaban entre ambas ciudades. El cruce por uno de los puentes fronterizos, de vuelta a El Paso, era lento (pasaporte en mano). Las colas de espera, tediosas. Me impresionó el contraste entre ambas orillas. Indígenas tarahumara sentados en cuclillas, con sus niños a las espaldas, bajo la sombra de un árbol, vendían sus productos y cuchicheaban entre ellos en lengua para mi nunca oída. El nombre de la ciudad se lo debe al famoso presidente Benito Juárez, el artífice de la Revolución Mexicana. A finales de 1659, el fraile franciscano fray García de San Francisco bautizó la zona con el nombre de Misión de Nuestra Señora de Guadalupe, conocida también como Misión Guadalupe.


Las aguas poco profundas del Río Grande, formadas por médanos y bancos de arenas, ofrecían de aquellas un fácil cruce entre ambas orillas. En algunos lugares apenas cubrían las rodillas. Merodeando sus cercanías, en plena siesta, con el sol golpeando las casetas de las orillas, voceando música de mariachis, pude ver cómo grupos de jovenzuelos se lanzaban sobre las aguas, uno tras otro, para cruzar el ancho trecho. Era imposible controlar la continua riada que se perdía por las callejas atascadas de tugurios, de mercaderes ambulantes, de puestos de venta sobre las polvorientas aceras. Ya en El Paso, se perderían entre el resto de la población, muchos de ellos camino del Norte (Chicago). Se les conoce como 'los espaldas mojadas' (Wetback). La expresión, peyorativa, y hasta insultante, la fijó el periódico The New York Times el 20 de junio de 1920. Años más tarde, en 1954, la consagró con la llamada 'Operación espalda mojada' (Operation Wetback), bajo cuyo plan un gran número de mexicanos ilegales fueron deportados.


Los espacios de la frontera (tal vez sea este el más emblemático y representativo) contrasta y establece un acá y un allá (al hilo de la novela de Javier Cercas, Las leyes de la frontera) en donde el desposeído transforma el más allá en utopía y el deseo en radical frustración o transformación. Dos ciudades, un río, cuatrocientos años de historia, culturas y lengua radicalmente diferentes, siempre en el afán de integrarse y de negarse en el borde de la frontera. Y siempre en el límite de un allá cercano pero penosamente accesible.


(Parada de Sil)

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