Opinión

DECÁLOGO PERSONAL DEL BUEN POLÍTICO

He sido telespectador de un buen número de debates políticos antes que la democracia asomara por los tejados de esta vieja España. Me niego a que me asignen una tendencia o un credo y a que vote sin examinar el programa del candidato, su habilidad y dominio del espacio publico, experiencia en las lides de la gestión pública. Si el partido demócrata de Estados Unidos equivale, guardando muchas salvedades, al PSOE en su ideología mas liberal, y el republicano al PP, dado su aire conservador, he sido demócrata y republicano y he votado por Reagan frente a Jimmi Carter y a Obama y Clinton frente a George Bush. Mi criterio: la capacidad de liderazgo, de coherencia de enunciados y propuestas y, sobre todo, la habilidad de hilar, de manera convincente un programa, de mover y de convencer. La gran arma del político y del buen parlamentario es su palabra. Dos casos ejemplares: Emilio Castelar y Winston Churchill. La palabra fue su gran máscara: teatral, contagiosa, rotunda. Enumera y coordina en frases sucesivas ideas planas y, con esmerada contención, subordina serie de ideas que avalan la tesis central. A modo de logos bíblico que conduce a su pueblo a la tierra prometida, o del verbum evangélico que se encarna por el bien común.


La política es doctrina y es arte; es opinión y es gobierno de estado; es búsqueda del bien común y convivencia ecuménica. Es también simulacro y apariencia, astucia y sentido común, palabra no cumplida y engaño. El buen político debe ser un visionario: el adalid que conduce a su pueblo a una nueva tierra prometida; que actúa movido por una fuerza interior, ultraísta, vocacional; que desempeña su cargo en un afán de servir a los demás y nunca a sí mismo. Que no busca ni ganancia ni beneficio. Que va a dar y no a recibir; a ayudar y no a aprovecharse; que se compadece del mal ajeno y nunca de sí mismo. Que es unus inter pares.


Este sería mi decálogo:


1. Que es consciente de que el buen gobierno es del pueblo, con el pueblo y para el pueblo (Abraham Lincoln).


2. Que está al servicio no solo de quien lo elige sino del pueblo que representa y de cada uno de sus ciudadanos.


3. Que asume que la mayor riqueza de un país es la humana y que se genera y promociona a base de nuevas iniciativas.


4. Que en ver de oír, escucha; en vez de criticar, alaba; en vez de descalificar, disculpa.


5. Que asume su posición sin autoritarismo ni prepotencia.


6. Que exige transparencia en la gestión administrativa, facilitando el acceso a quien lo desee de los expedientes que se transmiten.


7. Que impone el beneficio público sobre el privado; el bien de muchos sobre el de unos cuantos, ajeno a los votos del electorado.


8. Que es consciente de que nunca es posible beneficiar y agradar a todos; que el cambio de alianzas se hace siempre en beneficio del bien común.


9. Que el abuso del poder acarrea el descalabro. Y que la prudencia y la benevolencia, y no menos la virtud, son el mejor ejemplo a tener en cuenta. La corroe el insulto, la descalificación, el rencor y la injuria.


10. Que debe cumplir la palabra dada. De lo contrario pierde la confianza y respeto.


Ya el sabio Confucio advertía que un estado, comunidad y ayuntamiento se arregla del mismo modo que una familia. Nadie puede gobernar la suya sin dar ejemplo. El buen político se apoya, observaba Aristóteles, en la experiencia basada en las acciones de la vida; se basa, se apoya y versa sobre ellas. La política no es conocimiento o sabiduría; es acción. El buen político ha de resolver los problemas que repercuten en la vida diaria de los ciudadanos sin perder de vista los proyectos que a largo plazo mejoren su calidad de vida. La desidia, la pereza o el '¡deixame estar!' son malas consejeras. Anulan la fluidez continua de información a base de folletos, paneles informativos, bandos, anuncios. A mejor instrucción y conocimiento, mejor decisión democrática, consenso, y mejor sistema de gobierno.


Y ¡ay! de los pueblos gobernados por un poder obsesionado en la propia continuidad. Acarrea corrupción, favoritismo, falsa lealtad y pérdida ajena de la estima. Nadie es imprescindible. Túnez, Egipto, Libia están en la mente de todos.


(Parada de Sil)

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