Opinión

ELEGÍA POR UNA CÁRCEL MUNICIPAL

Es posible que se note que he vivido fuera varias decenas de años. Y que explica el que pateando Ourense me sorprendan formas de convivencia extrañas y sorprendentes. El tumulto de gentes paseando al atardecer, el bullicio de terrazas, el conducir adelantando para parar ante un stop veinte metros más adelante, el oír la palabrota de la joven malhumorada, el irritante e innecesario uso del claxon ante una maniobra obligada, la pésima calidad de algunos programas televisivos, que se dedican a alborear chismes de vidas propias y ajenas, a veces en desmandado griterío: él me dijo, ella me dijo, tú me dijiste. Los diarios televisivos se alborozan citando el último crimen, el penúltimo accidente, el número de muertos en carretera, el nuevo caso de violencia casera, los goles de Messi o el acaloramiento de un entrenador que destroza el castellano en cada frase. Se habla a gritos. Y apenas se programan congresos o simposios, a nivel nacional o internacional, educativos, culturales o financieros.


El mejor cine llega desde afuera y los mejores actores ponen tierra de por medio. Falta la capacidad de reinventar con inteligencia grandes argumentos de la vida humana. Apenas se cuentan los logros. Lo bueno llega de Inglaterra y de Estados Unidos. El espacio de la biblioteca pública es la mejor imagen de tal penuria. Y no digamos de las universidades, en los ranking más bajos de la Unión Europea. No tan solo desidia o dejadez; falta de curiosidad intelectual (intelectual curiosity), de sopesar prioridades y valores, lo esencial frente a lo superficial.


Para prueba un botón: la previa cárcel municipal de Ourense amenaza ruina. O mejor, vista desde afuera, es ya una ruina. Un adefesio. Situada casi en el centro de la ciudad, impacta al nuevo viajero su penosa fachada. No es difícil imaginar su interior. Apenas la reconocí pateando la calle del Progreso hacia el Jardín del Posío. Decaída, lluviosa, tétrica. Muy cerca, en mis años de maestrillo, la vieja escuela normal de Magisterio cuyo edificio fui incapaz de reconocer. Iría en busca de unos pasos para siempre perdidos, rememorando el lugar de encuentro de estraperlistas, y de aquellos emigrantes portugueses que, disfrazados de curas, camino de Irún, merodeaban por la raya (tal era el nombre de la frontera), entre España y Portugal.


La cultura carcelaria, sus espacios, seguridad, intentos de fugas, intrigas, bandas, crímenes, motines, ha sido plasmada en dramas, filmes, novelas y obras de arte. Abundan las variantes: prisiones, mazmorras subterráneas, construcciones abovedadas, sin olvidar las temidas galeras y las cárceles de la Inquisición. Se hizo famoso el presidio de Alcatraz, situado en una pequeña isla, en la bahía de San Francisco, California, que consagró el filme Escape from Alcatraz y no menos San Quentin, The London Tower y la célebre Bastilla, cárcel destinada a la nobleza durante la revolución de 1789.


Las cárceles son espacios que concentran historia, ideología, antropología cultural, legislación penitenciaria, y no menos estructuras mentales, jurídicas, penales y económicas. Al igual que complejas teorías sobre la ley, el orden, la pena de muerte, formas de reclusión, que el filósofo francés Michel Faucault dejó magistralmente asentadas en Discipline and Punish. Poder y dominio ejercido sobre la sociedad son los ejes centrales de su pensamiento. Ya en el siglo XIX, la reclusión del criminal se concebía como un reajuste moral, intelectual y jurídico, en un intento de convencer al reo de su desviación, evitándole nuevas penitencias y protegiendo a la sociedad.


Tal podría ser la cárcel municipal de Ourense: un museo de historia penitenciaria, de variedad de espacios carcelarios (ahora se usa el eufemismo de correccionales), sistemas de castigo y tortura. Ya hay excelentes modelos. O una cárcel convertida en museo a lo divino (arte e iconografía religiosa). o a lo profano y, posiblemente muy concurrido, un museo de coches antiguos y clásicos. O incluso un museo de cera de ilustres figuras gallegas. O un museo dedicado al emigrante. O lo más relevante de una ciudad: una gran biblioteca.


Un buen museo es siempre un capital cultural añadido. Me importa la rehabilitación de la cárcel municipal de Ourense. Porque yo también soy (Ich bin ein) ourensano.


Parada de Sil

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